domingo, 27 de novembro de 2011

A ARTE DA COMPAIXÃO (integral)



Tenzin Gyatso - Dalai Lama

EL ARTE DE LA COMPASIÓN

La Práctica de la Sabiduría en la Vida Diaria

Formato y Arreglos

BIBLIOTECA UPASIKA

“Colección Budismo”

Dalai Lama – El Arte de la Compasión

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ÍNDICE

Prólogo,

página 4.



Introducción

, página 8.



I. El Deseo de Felicidad,

página 19.



Disciplina Ética y Comprensión de Cómo son las Cosas, Las Tres Joyas del

Refugio, Abandonar una Existencia Cíclica, Amigos Espirituales - Guía Espiritual.



II. La Meditación, Un Inicio,

página 26.



Familiarizarse con el Objeto Elegido, Meditación Analítica, Meditación

Contemplativa.



III. El Mundo Material y el Mundo Inmaterial,

página 31.



IV. El Karma,

página 34.



V. Las Aflicciones,

página 38.



Nuestro Enemigo más Destructivo.



VI. Lo Vasto y lo Profundo: Dos Aspectos del Camino,

página 41.



VII. La Compasión,

página 44.



Empatía, Reconocer el Sufrimiento de Otros, Amor-Bondad.



VIII. Meditar Sobre la Compasión,

página 48.



Compasión y Vacío, Como Meditar Sobre la Compasión y la Bondad, La Gran

Compasión.



IX. Cultivar la Ecuanimidad,

página 52.



Meditación Sobre la Ecuanimidad,



X. La Bodhicitta,

página 56.



El Método Séptuplo de Causa y Efecto, Cambiar el Yo por los Otros.



XI. La Inmanencia Serena,

página 60.



Los Dos Niveles de la Mente,



XII. Los Nueve Estadios de la Meditación de la Inmanencia Serena,



página 65.

Dalai Lama – El Arte de la Compasión

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XIII. La Sabiduría,

página 68.



El Yo, El Yo y las Aflicciones, La Carencia de Yo de Todos los Fenómenos, El

Vacío y el Origen Dependiente, Meditar Sobre el Vacío, Los Niveles del

Bodhisattva.



XIV. La Condición del Buda,

página 74.



XV. Generar la Bodhicitta,

página 77.



Siete Pasos de la Práctica, Primer Paso: Homenaje, Segundo Paso: Ofrenda, Tercer

Paso: Confesión, Cuarto Paso: Júbilo, Quinto y Sexto Pasos: Petición y Súplica,

Séptimo Paso: Dedicación.



Epílogo,

página 82.



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

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PRÓLOGO



El budismo define la compasión como el deseo de que todos los seres

queden libres de sufrimiento. Desgraciadamente, acabar con la miseria del

mundo no está en nuestras manos. No podemos cargar esa tarea sobre nuestros

hombros, tampoco disponemos de una varita mágica que transforme la

aflicción en felicidad. Lo único que podemos hacer es desarrollar esta virtud

en nuestra mente y a partir de ahí ayudar a que los demás hagan lo mismo.

En agosto de 1999, Su Santidad el Dalai Lama fue invitado por el

Centro Tíbet y la Fundación Gere a dar una serie de charlas en Nueva York.

Este libro es el testimonio escrito de esas charlas. En las páginas que siguen,

Su Santidad el Dalai Lama nos enseña a abrir el corazón y desarrollar un

sentimiento de compasión auténtico y duradero hacia todos los seres. La vida

de Su Santidad constituye una prueba de la capacidad de abrir su corazón. Su

aprendizaje espiritual comenzó cuando era solo un niño y, tras ser reconocido

a los dos años como la reencarnación del decimotercero Dalai Lama, tuvo que

abandonar su hogar en el nordeste del Tíbet para trasladarse a Lhasa, la

capital. Accedió al poder temporal del Tíbet a los dieciséis años, y sus

creencias sobre la no violencia y la tolerancia tuvieron que soportar la más

dura de las pruebas cuando el ejército comunista chino invadió brutalmente su

país. Hizo cuanto pudo por proteger a su gente y mantener a los agresores a

raya, sin por ello abandonar sus estudios y la práctica del camino del Buda

hacia la salvación.

En 1959, cuando las fuerzas comunistas chinas se preparaban para

bombardear su palacio de verano, el Dalai Lama partió del país. Tenía

entonces veinticinco años. Más de cien mil tibetanos le siguieron. Establecidos

en India y en otros lugares del mundo, viven dedicados a una extraordinaria

campaña no violenta para conseguir la libertad del Tíbet. Desde la ciudad

india de Dharmshala, situada en las montañas de la cordillera del Himalaya,

Su Santidad ha aplicado un sistema democrático de gobierno para servir a su

gente, tanto a aquellos que todavía siguen en el Tíbet como al elevado número

que vive refugiado en India y en otros países. Su Santidad ha realizado un

duro trabajo con el fin de preservar todos los aspectos de la cultura tibetana, y

especialmente de su tradición espiritual, porque en el Tíbet espiritualidad y

cultura son inseparables. Ha mantenido su propia práctica de estudio,



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

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contemplación y meditación, además de extender la vía propugnada por el

budismo a personas de todo el mundo. Ha dedicado un gran esfuerzo a la

refundación de monasterios y conventos, y a reestablecer en ellos el currículo

tradicional de estudio y práctica, todo con el único propósito de mantener viva

la actitud de comprensión trazada por el fundador del budismo, el Buda

Shakyamuni.

La historia del nacimiento del budismo resulta ya bastante conocida

para muchos. En el siglo v a.C., el príncipe Shakyamuni llevaba una existencia

privilegiada en el reino de su padre, emplazado en el actual Nepal. Ya desde

muy joven, Shakyamuni se dio cuenta de la falta de sentido implícita en su

cómoda vida. Las imágenes de vejez, enfermedad y muerte que le rodeaban

fueron rasgando el velo del bienestar y de la felicidad material. Una noche, el

recién casado príncipe abandonó su palacio, a su esposa y a su hijo. Tras

cortarse los cabellos con su propia espada se lanzó a la selva en busca de la

liberación de la vida mundana y de las desdichas que estaban

inextricablemente unidas a ella.

El joven fugitivo se unió pronto a un grupo de ascetas con los que pasó

muchos años practicando estricta meditación en la más absoluta austeridad. En

última instancia, se dio cuenta de que eso no le acercaba más a su objetivo de

sabiduría e iluminación, por lo que dejó a sus compañeros atrás. Habiendo

roto con sus severos métodos, decidió dedicarse a la búsqueda de la verdad

última. Se sentó a la sombra del árbol Bodhi con la promesa de no moverse de

allí hasta haber alcanzado su objetivo final. Los esfuerzos del príncipe

Shakyamuni se vieron recompensados por el éxito: descubrió el auténtico

camino que rige todos los fenómenos y alcanzó el estado omnisciente y

eternamente iluminado de un buda.

El Buda Shakyamuni dejó la meditación y viajó al norte de India, donde

de nuevo se encontró con sus cinco compañeros ascetas. Al principio, estos no

quisieron reconocer su presencia, ya que creían que había renunciado a los

verdaderos principios. Sin embargo, el brillo que emanaba de su estado de

iluminación les afectó tanto que le rogaron que compartiera con ellos su

descubrimiento.

Entonces el Buda propugnó las cuatro verdades nobles: la verdad del

sufrimiento, su origen, la posibilidad de remisión y el camino que conducía a

esa remisión. El Buda mostró la verdadera naturaleza de nuestro desdichado

estado. Enseñó las causas que dan lugar a esta situación y afirmó que existe un

estado libre de ese sufrimiento y de los factores que lo provocan, mostrando

luego el método mediante el cual llegar a alcanzarlo.



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

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Durante su estancia en Nueva York, Su Santidad el Dalai Lama ofreció

tres días de conferencias en el teatro Beacon. El tema de estas charlas se

centró en los métodos budistas que permiten llegar a la iluminación. Unió en

ellas el contenido de dos textos, el libro segundo de Las etapas de la

meditación, del maestro indio del siglo VIII Kamalashila, y The Thirty Seven

Practices of Bodhisattvas (Las treinta y siete prácticas de los bodhisattva), del

practicante tibetano del siglo XIV Togmay Sangpo.

Las etapas de la meditación fue compuesto cuando el trigésimo tercer

rey tibetano, Trisong Detsen, invitó a su autor al Tíbet para que defendiera el

enfoque analítico del budismo propuesto por las grandes universidades

monásticas hindúes de Nalanda y Vikramlasila. Esta forma de budismo,

introducida en el Tíbet por el maestro de Kamalashila, Santarakshita, era

puesta en duda por Hashang, un monje chino que propugnaba un enfoque que

excluía toda actividad mental. Con el fin de establecer qué forma de budismo

se seguiría en el Tíbet, se organizó un debate en presencia del rey. En dicha

confrontación entre Kamalashila y Hashang, el primero fue capaz de

demostrar de manera irrefutable la importancia del razonamiento mental en el

desarrollo espiritual, por lo que fue proclamado vencedor. Para conmemorar

su victoria, el rey le pidió que compusiera un texto que dejara constancia de su

argumentación. El resultado fue una versión corta, otra mediana y otra larga

de Las etapas de la meditación.

El texto de Kamalashila señala de forma clara y concisa los diversos

estadios considerados «vastos» y «profundos» en el camino que conduce a la

iluminación absoluta. Aunque en el Tíbet se ha tendido a pasar por alto esta

obra, su valor es inmenso y Su Santidad ha dedicado un gran esfuerzo a

desvelarlo ante el mundo.

El segundo texto, Las treinta y siete prácticas de los bodhisattva, supone

una concisa y clara descripción de cómo vivir dedicado a los otros. Su autor,

Togmay Sangpo, nos inspira a cambiar nuestras tendencias egoístas habituales

y a actuar teniendo en cuenta nuestra dependencia de los demás seres

humanos. El propio Togmay Sangpo llevó la vida de un simple monje,

dedicándose siempre a los otros y abriendo su corazón al amor y la

compasión.

De estas conferencias el traductor Geshe Thubten Jinpa recogió

admirablemente los aspectos más sutiles de la filosofía budista enseñados por

Su Santidad, al mismo tiempo que transmitía ese cariñoso sentido del humor

que siempre está presente en sus enseñanzas.



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

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El último día de la visita de Su Santidad, domingo por la mañana, más

de doscientas mil personas se congregaron en el East Meadow del Central

Park para oírle hablar sobre Eight Verses on Training the Mind (Ocho versos

para entrenar la mente), un poema del sabio Langri Tangpa. En inglés, Su

Santidad transmitió sus puntos de vista acerca de la importancia de respetar a

nuestros vecinos, compatriotas, naciones amigas y a toda la humanidad.

Compartió con el auditorio su método para transformar el orgullo en humildad

y la ira en felicidad. Expresó su preocupación por la división entre ricos y

pobres, y acabó pronunciando una oración para que todos los seres encuentren

la felicidad. La transcripción de esa charla en el Central Park constituye la

introducción de este libro.

Rezo para que esta obra ayude a quienes la lean a encontrar la felicidad,

y para que esta se extienda a los demás y consiga abrir las puertas de sus

corazones.



Nicholas Vreeland

Dalai Lama – El Arte de la Compasión

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INTRODUCCIÓN

Central Park, Nueva York, 15 de Agosto de 1999.



Hermanos y hermanas, buenos días. Creo que todos los seres humanos

poseen un deseo innato que les impulsa a buscar la felicidad y evitar el

sufrimiento. También creo que el verdadero propósito de la vida consiste en

experimentar esta felicidad. Creo que todos nosotros tenemos el mismo

potencial para desarrollar la paz interior y alcanzar así esos sentimientos de

alegría; seamos ricos o pobres, educados o analfabetos, blancos o negros,

occidentales u orientales, nuestro potencial es idéntico. Aunque algunos

tengan la nariz más grande y el color de la piel presente ligeras variaciones, en

lo esencial somos físicamente iguales. Las diferencias son irrelevantes. Lo que

importa es nuestro parecido mental y emocional.

Compartimos tanto las emociones conflictivas como aquellas más

beneficiosas que nos traen fuerza interior y tranquilidad. Creo que es

importante que seamos conscientes de la magnitud de nuestro potencial y que

dejemos que crezca la confianza en nosotros mismos. A veces nos empeñamos

en mirar el lado negativo de las cosas y es entonces cuando perdemos la

esperanza. Estoy convencido de que eso es un error.

No tengo ningún milagro que ofreceros. Si alguien posee poderes

milagrosos, yo seré el primero en pedirle ayuda, aunque debo reconocer que

soy bastante escéptico ante aquellos que afirman estar en posesión de este tipo

de dones extraordinarios. Sin embargo, si entrenamos la mente de manera

constante, podremos cambiar nuestras percepciones o actitudes mentales, y

eso hará cambiar nuestras vidas.

Tomar una actitud mental positiva significa disfrutar de la paz interior,

aunque a nuestro alrededor nos rodee la hostilidad. Por otro lado, si nuestra

actitud mental es más negativa

influida por el miedo, la sospecha, la



desesperación o la autocompasión

, la felicidad nos esquivará aun cuando



estemos rodeados de nuestros mejores amigos en un ambiente armónico y en

un entorno placentero. Así pues, la actitud mental resulta decisiva para marcar

la diferencia en nuestro estado de felicidad.

Creo que es un error esperar que nuestros problemas puedan resolverse

con dinero o bienes materiales. Resulta poco realista pensar que algo positivo



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pueda surgir desde el exterior y llegar hasta nosotros. No cabe duda de que

nuestra situación material es importante y que nos resulta útil. Sin embargo,

nuestras actitudes mentales, internas, son tanto o más trascendentes para

nuestra felicidad. Debemos aprender a mantenernos alejados de una vida

rebosante de lujos, ya que representa un obstáculo para nuestra práctica.

A veces tengo la sensación de que está de moda entre la gente poner

demasiado énfasis en el desarrollo material, y se olvidan los valores internos.

Debemos, pues, desarrollar un mayor equilibrio entre las inquietudes

materiales y el crecimiento espiritual interior. Creo que es natural que

actuemos como animales sociales. Debemos trabajar para acrecentar y

mantener cualidades como el compartir con los demás o el preocuparnos por

su bienestar. También debemos respetar los derechos de los demás y

reconocer que nuestra felicidad futura depende en gran medida del resto de los

miembros que forman nuestra sociedad.

En mi caso, con dieciséis años perdí la libertad y a los veinticuatro perdí

mi país. He sido un refugiado durante los últimos cuarenta años y he

soportado el peso de grandes responsabilidades. Si miro hacia atrás veo que no

he tenido una vida fácil. Pese a todo, durante esos años he aprendido muchas

cosas acerca de la compasión y de la preocupación por los demás. Esta actitud

mental me ha llenado de fuerza interior. Una de mis oraciones favoritas es:



Hasta que permanezca el espacio,

hasta que permanezcan los seres sintientes, yo permaneceré,

con el fin de ayudar, con el fin de servir,

con el fin de aportar lo que esté en mi mano.



Este estilo de pensamiento implica fuerza interior y confianza. Ha dado

un sentido a mi vida: no importa cuán difíciles o complicadas sean las

situaciones, la paz interior no nos abandonará mientras mantengamos esta

actitud.

De nuevo debo enfatizar el hecho de que todos somos iguales. Si

alguien tiene la impresión de que el Dalai Lama es distinto del resto debo

decirle que se equivoca.

Soy un ser humano, como todos vosotros, con el mismo potencial.

El crecimiento espiritual no tiene por qué estar basado en la fe religiosa.

Hablemos de la ética laica.

Creo que los métodos que sirven para acrecentar el altruismo, la

solidaridad con los demás y el convencimiento de que nuestras necesidades



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individuales son menos importantes que las del prójimo son comunes ala

mayoría de las religiones. Aunque pueden diferir en los puntos de vista

filosóficos y en los ritos tradicionales, el mensaje esencial de todas las

religiones es bastante parecido. Todas abogan por el amor, la compasión y el

perdón, valores humanos básicos cuyas virtudes son apreciadas incluso por

aquellos que no se definen como creyentes.

Puesto que nuestra existencia y bienestar son el resultado de la

cooperación y las aportaciones de otros muchos, debemos desarrollar una

actitud adecuada para relacionarnos con ellos. A menudo tendemos a olvidar

este hecho básico: actualmente, en nuestra moderna economía global, los

límites nacionales son irrelevantes. No solo los países dependen unos de otros,

sino también los continentes. Nuestra interdependencia es cada vez mayor.

Cuando examinamos con atención los múltiples problemas a los que se

enfrenta la humanidad hoy, podemos ver que somos nosotros quienes los

hemos creado. No hablo de los desastres naturales, sino de todos los

conflictos, derramamientos de sangre y problemas surgidos del nacionalismo y

de las barreras que el hombre ha levantado a lo largo de la historia.

Si viéramos el mundo desde el espacio, no advertiríamos en él líneas

marcando el contorno de cada país y separándolo de los demás. Tendríamos

ante los ojos simplemente un pequeño planeta azul. Una vez trazada la línea

sobre la arena empezamos a pensar en términos de «nosotros» y «ellos». A

medida que crece este sentimiento, resulta más duro distinguir la realidad de la

situación. En muchos países africanos, y recientemente también en algunos

países del este de Europa, como en la antigua Yugoslavia, existe ese

nacionalismo estrecho de miras.

En cierto sentido, el concepto de «nosotros» y «ellos» casi ha dejado de

ser relevante, ya que los intereses de nuestros vecinos son también los propios.

Preocuparse por los intereses de los vecinos es en esencia preocuparse por

nuestro futuro. Hoy la realidad es simple. Si hacemos daño al enemigo, nos

herimos a nosotros mismos.

Creo que la evolución de la tecnología, el desarrollo de una economía

global y el gran incremento de la población han dado lugar a un mundo mucho

más pequeño. Sin embargo, nuestras percepciones no han evolucionado al

mismo ritmo: seguimos aferrados a las antiguas divisiones nacionales y a los

viejos sentimientos que se desprenden del «nosotros» y «ellos».

La guerra parece formar parte de la historia de la humanidad. Si

miramos la situación de nuestro planeta en el pasado, los países, las regiones e

incluso los pueblos eran económicamente independientes. En esas



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

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circunstancias, la destrucción del enemigo suponía una victoria para el

vencedor. Existía una razón para la violencia y para la guerra. Sin embargo,

hoy somos tan interdependientes unos de otros que el concepto de guerra ha

quedado desfasado. Cuando nos enfrentamos a problemas o desacuerdos es

preciso que lleguemos a la solución mediante el diálogo.

El diálogo es el único método apropiado. La victoria unilateral ya no

tiene el menor sentido. Debemos resolver los conflictos en base a un espíritu

de reconciliación, teniendo siempre en mente los intereses de los demás. ¡No

podemos destruir a nuestros vecinos!. Hacerlo solo nos provoca más

sufrimiento. Por lo tanto, creo que el concepto de violencia pertenece al

pasado. La no violencia es el método adecuado.

La no violencia no significa permanecer indiferente ante los problemas.

Por el contrario, es importante comprometerse plenamente. Debemos

comportarnos de un modo que no nos beneficie solo a nosotros. No debemos

dañar los intereses de otros. Por tanto, la no violencia no es meramente la

ausencia de violencia, sino que implica un sentimiento de amor y de

compasión. Es casi una manifestación de compasión. Creo firmemente que

debemos promover ese concepto de la no violencia en el ámbito reducido,

como el familiar, y también a nivel nacional e internacional. Cada individuo

tiene la capacidad de contribuir a esa no violencia compasiva.

¿Cómo llevarlo a cabo?. Podemos empezar por nosotros mismos.

Debemos intentar desarrollar una mayor amplitud de miras y estudiar las

situaciones desde todos los ángulos. Cuando nos enfrentamos a un problema,

lo hacemos desde nuestro punto de vista e incluso deliberadamente hacemos

caso omiso de todos los demás aspectos de la situación. Eso a menudo

comporta consecuencias negativas. Sin embargo, es muy importante para

nosotros abrir el campo de visión.

Debemos llegar a comprender que los otros son también parte de

nuestra sociedad. Podemos pensar en nuestra sociedad como en un cuerpo

compuesto de brazos y piernas. No hay duda de que el brazo es diferente de la

pierna; sin embargo, si le sucede algo al pie, es la mano la que irá en su ayuda.

De la misma forma, cuando parte de la sociedad sufre, la otra parte debe

ayudarla. ¿Por qué?. Porque también forma parte del cuerpo, es parte de

nosotros.

El entorno merece asimismo nuestra atención. Es nuestro hogar, ¡el

único que tenemos!. Oímos a los científicos hablar de la posibilidad de

establecerse en Marte o en la Luna. Si eso resulta factible y sabemos cómo

hacerlo, de acuerdo, pero no puedo negar que albergo mis dudas: solo para



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

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respirar nos hará falta un complejo equipamiento. Creo que nuestro planeta

azul es hermoso y querido por todos. Si lo destruimos, o si nuestra negligencia

provoca algún daño irreparable, ¿Adónde iremos?. Es por todos nosotros, por

tanto, que debemos cuidar del planeta.

Desarrollar una perspectiva más amplía de nuestra situación y expandir

nuestra conciencia puede suponer todo un cambio en nuestros hogares.

¿Cuántas veces un asunto intrascendente provoca una discusión entre marido y

mujer, o entre padre e hijo?. Si nos empeñamos en mirar solo un aspecto de la

situación, concentrándonos en el problema inmediato, entonces sí merece la

pena discutir y hasta pelearse. ¡Incluso divorciarse!. Sin embargo, si

abordamos la situación desde una perspectiva más amplia, vemos que aunque

existe un problema, también hay un interés común. Podemos pensar: «Es un

pequeño contratiempo que debo resolver mediante el diálogo, no con medidas

más drásticas». A partir de ahí podemos desarrollar una atmósfera no violenta

en nuestra propia familia y también en nuestra comunidad.

Otro de los problemas a los que nos enfrentamos en la actualidad es el

abismo existente entre ricos y pobres. En este gran país que es Estados Unidos

vuestros antepasados establecieron el concepto de democracia, libertad,

igualdad de derechos y de oportunidades para todos los ciudadanos. Vuestra

maravillosa Constitución los garantiza. Sin embargo, el número de

multimillonarios de este país crece día a día, mientras que los pobres siguen

cada vez más hundidos en la miseria. Globalmente, también vemos naciones

ricas y pobres. Ambos hechos son muy desafortunados. No es solo

moralmente malo, sino que supone en la práctica una fuente de desasosiego y

de problemas que acabará costándonos un alto precio.

He oído hablar de Nueva York desde que era niño. Para mí era

sinónimo del paraíso, una ciudad preciosa. En 1979, cuando estuve aquí por

primera vez, me desperté sobresaltado a media noche por el agudo sonido de

unas sirenas. Algo no iba bien ahí afuera: alguien sufría y necesitaba ayuda.

Uno de mis hermanos mayores, que ya no está entre nosotros, me habló

de sus experiencias en Estados Unidos. Llevó una vida humilde, llena de

problemas y de temores, miedo a los asaltos, a los robos y los ultrajes que los

ciudadanos debían soportar y que son, en mi opinión, el fruto de la

desigualdad económica de esta sociedad. Es natural que esas dificultades

surjan si tenemos que luchar diariamente por la supervivencia mientras que

otro ser humano, igual que nosotros, vive sin esfuerzo una vida lujosa. Esta es

una situación poco saludable, cuyo resultado es una constante ansiedad, que se



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

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extiende también entre los más afortunados. Repito pues que este abismo que

separa a ricos y pobres constituye un hecho muy desafortunado.

Hace algún tiempo, una adinerada familia de Bombay vino a visitarme.

La abuela tenía una marcada inclinación por la vida espiritual y me pidió

algún tipo de bendición. Mi respuesta fue: «No puedo bendecirla. Carezco de

esa capacidad. Usted pertenece a una familia rica, y eso ya es una gran

fortuna. Es el resultado de sus acciones virtuosas en el pasado. Los ricos son

miembros importantes de esta sociedad. Ha utilizado métodos capitalistas con

el fin de acumular más y más dinero; use ahora métodos socialistas para

ayudar a los pobres en temas de educación y salud». Debemos usar los

métodos dinámicos del capitalismo para hacer dinero y luego distribuirlo de

forma razonable y útil para todos. Desde un punto de vista práctico y ético es

una de las mejores formas de cambiar la sociedad.

En India persiste el sistema de castas; los miembros de la casta más baja

son a veces conocidos como «los intocables». En los años cincuenta, el doctor

Bhimrao Ambedkar, miembro de esta casta y gran abogado que llegó a ser

ministro de Justicia del país y redactor de la Constitución, se hizo budista.

Cientos de miles de personas siguieron su ejemplo. Aunque ya no se

consideran budistas, siguen viviendo en condiciones de extrema pobreza. A

menudo les digo: «Debéis hacer un esfuerzo; tomar la iniciativa con confianza

y lograr el cambio. No podéis limitaros a culpar a los miembros de las castas

superiores de vuestra situación».

Así, a aquellos de vosotros que sois pobres, aquellos que venís de vivir

situaciones difíciles, os exhorto a trabajar duro, a haceros responsables de

vuestro futuro y a utilizar las oportunidades que tenéis a mano. Los ricos

deberían preocuparse más por los pobres, pero estos deberían tomar las

riendas de sus vidas, haciendo acopio de confianza en sí mismos y realizando

el esfuerzo de salir adelante.

Hace unos años, visité a una humilde familia negra en Soweto,

Sudáfrica. Deseaba charlar con ellos en tono informal y preguntarles por su

situación, su forma de ganarse la vida, etc. Comencé hablando con un hombre

que se presentó a sí mismo como profesor. A medida que avanzaba la

conversación, coincidimos en lo mala que es la discriminación racial. Dije que

ahora que la población negra de Sudáfrica había alcanzado los mismos

derechos se abría para ella un amplio abanico de oportunidades que debía

aprovechar dedicando esfuerzos a la educación y trabajando duramente. La

verdadera igualdad estaba por llegar. El profesor me respondió con gran



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tristeza que estaba convencido de que el cerebro de los africanos negros era

inferior. «No podemos igualarnos a los blancos», me dijo.

Me sentí sorprendido y entristecido. Con ese tipo de actitud mental no

habrá forma de transformar la sociedad. ¡Imposible! Por ello me enzarcé en

una discusión con él. «Mi propia experiencia y la de mi pueblo no ha sido muy

distinta a la vuestra

le dije . Si se nos concede la oportunidad, los



tibetanos desarrollaremos una comunidad humana con éxito. Emigramos a

India hace cuarenta años y en este tiempo nos hemos convertido en la

comunidad de refugiados más próspera del país. ¡Somos iguales!.

¡Disponemos del mismo potencial!. ¡Todos somos seres humanos!. La

diferencia está solo en el color de la piel. Debido a la discriminación que

habéis sufrido durante años, vuestras oportunidades se han visto reducidas,

pero esencialmente vuestra capacidad es idéntica».

Finalmente, con lágrimas en los ojos, me respondió en un susurro:

«Ahora creo que somos iguales. Somos humanos, partimos de la misma base

potencial».

Me embargó una gran sensación de alivio. Sentí que, transformando la

mente de un individuo, ayudándole a desvelar la confianza en sí mismo, había

contribuido de alguna forma a crear un futuro más brillante para él y para su

pueblo.

La confianza en uno mismo es muy importante. ¿Cómo alcanzarla?.

Ante todo debemos tener en mente que todos somos iguales y tenemos, por

tanto, las mismas capacidades. Si nos dejamos invadir por el pesimismo y nos

convencemos de que no podemos salir adelante, no seremos capaces de

evolucionar. El pensamiento de que no podemos competir con los otros

constituye el primer paso hacia el fracaso.

Por tanto, la competitividad entendida de forma correcta, sincera, sin

perjudicar a nadie, haciendo uso de nuestros propios derechos legales, es la

forma adecuada de progresar. Este gran país proporciona todas las

oportunidades necesarias.

Aunque para nosotros es importante afrontar la vida con confianza en

nuestras posibilidades, también debemos permanecer alerta para distinguir

entre la arrogancia negativa y el orgullo positivo. Eso también forma parte del

entrenamiento mental. En la práctica, cuando se apodera de mí un sentimiento

de arrogancia, «¡Oh, soy alguien especial!», me digo a mí mismo: «Es cierto

que soy un ser humano y un monje budista. Por tanto, tengo la oportunidad de

llegar hasta el reino del Buda a través del sendero espiritual». Luego me

comparo con algún insecto que tenga delante de mí y pienso: «Este pequeño



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

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insecto es un ser muy débil, carece de la capacidad de discernimiento sobre

asuntos filosóficos. Es incapaz de demostrar altruismo. A pesar de la

oportunidad que tengo ante mí, exhibo su misma estupidez». Juzgándome

desde este punto de vista, el insecto es definitivamente mucho más honesto y

sincero que yo.

A veces, cuando conozco a alguien y me considero un poco mejor que

esa persona, busco en ella alguna cualidad positiva. Tal vez tenga un bonito

pelo. Entonces pienso: «Estoy calvo..., ¡así que en ese aspecto es mucho mejor

que yo!». Siempre podemos encontrar cualidades en los demás, y este hábito

nos sirve para contrarrestar los efectos del orgullo o la arrogancia.

Otras veces perdemos la esperanza; nos desmoralizamos pensando que

somos incapaces de hacer algo. En tales momentos debemos recordar el

potencial que tenemos y la oportunidad que está ante nosotros para lograr el

éxito.

Al reconocer que la mente es maleable, podemos llegar a un cambio de

actitud usando diferentes procesos de pensamiento. Si nos comportamos de

manera arrogante, podemos usar el método de pensamiento que acabo de

describir. Si estamos abrumados por un sentimiento de desesperanza o

depresión resultará muy útil aferrarse a cualquier oportunidad que mejore

nuestra situación.

Las emociones humanas son muy poderosas y a veces tienen la virtud

de anonadarnos hasta límites desastrosos. Otra práctica importante en el

entrenamiento mental implica el distanciarnos de esas fuertes emociones antes

de que estas se manifiesten. Por ejemplo, cuando nos sentimos enojados o

dominados por el resentimiento, podemos pensar: «Sí, ahora la ira me está

trayendo más energía, más decisión, reacciones más firmes». Y, sin embargo,

cuando la observamos de cerca, podemos ver que esa energía que surge de

emociones negativas es esencialmente ciega. Nos damos cuenta de que, en

lugar de comportar un progreso, lo que implica es un montón de repercusiones

desgraciadas. Dudo de que esa energía sea realmente útil. En su lugar,

deberíamos analizar la situación con suma atención, y entonces, con claridad y

objetividad, decidir cuáles son las medidas oportunas. La convicción «debo

hacer algo» puede dotarte de un poderoso sentimiento de propósito. Eso, creo,

constituye la base de una energía más sana, más útil y más productiva.

Si alguien nos trata de forma injusta, nuestro primer paso debe ser

analizar la situación. Si creemos que podemos soportar la injusticia, si las

consecuencias negativas de hacerlo no son demasiado grandes, creo que lo

mejor es aceptarla. Sin embargo, si llegamos a la conclusión, a través de un



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

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proceso mental claro y objetivo, de que dicha aceptación conllevaría

consecuencias negativas insoportables, debemos enfrentarnos a ella con las

medidas adecuadas. Esta conclusión debería alcanzarse a partir de un análisis

claro de la situación y no como resultado de un arranque de ira. Creo que la ira

y el odio nos producen más daño que la persona causante del problema.

Imaginémonos que nuestro vecino nos odia y siempre nos crea

problemas. Si perdemos los estribos y dejamos que nos domine el odio hacia

él, nuestra digestión se verá afectada o nos atacará el insomnio y tendremos

que recurrir a tranquilizantes y somníferos en dosis cada vez mayores que

acabarán dañando nuestro cuerpo. También nuestro humor cambiará: como

resultado, los viejos amigos ya no irán a vernos. Las canas teñirán nuestros

cabellos de gris y las arrugas envejecerán nuestro rostro, y finalmente

deberemos enfrentarnos a problemas de salud más serios. Con todo esto,

nuestro vecino se sentirá realmente feliz. ¡Sin habernos infligido el menor

daño físico, se habrá salido con la suya!.

Si, pese a todas sus tropelías, nos mantenemos serenos, contentos y

pacíficos, nuestra salud se conservará fuerte, seguiremos siendo personas

alegres y nuestros amigos seguirán yendo a nuestra casa. Nuestra vida se

volverá más satisfactoria, y eso acabará inquietando a nuestro vecino. No

bromeo cuando afirmo que este es el mejor modo de hacerle daño. En este

campo tengo bastante experiencia: excepto en ciertas circunstancias muy

desafortunadas, suelo conservar la tranquilidad y la paz mental. Estoy

firmemente convencido de su utilidad; no debemos considerar la tolerancia y

la paciencia como un signo de debilidad. Para mí, son símbolos de fuerza.

Cuando nos enfrentamos al enemigo, a una persona o a un grupo que

desea hacernos daño, podemos tomarlo como una oportunidad inmejorable

para desarrollar la paciencia y la tolerancia. Necesitamos estas cualidades, nos

son útiles, y la única ocasión que tenemos para nutrirlas se produce cuando

nos desafía un enemigo. Así pues, desde este punto de vista, nuestro enemigo

es a la vez nuestro gurú, nuestro maestro. Dejando a un lado sus motivos,

desde nuestro punto de vista los enemigos son una bendición.

En general, los períodos difíciles de la vida nos proporcionan las

mejores oportunidades para alcanzar provechosas experiencias y desarrollar

nuestra fuerza interior. Si hablamos de Estados Unidos, los miembros de la

generación más joven que llevan una vida fácil y cómoda a menudo tienen

dificultades en superar los obstáculos más pequeños. Su reacción inmediata es

comenzar a gritar. Resulta útil reflexionar sobre las duras condiciones que sus

antepasados tuvieron que soportar, tanto en Europa como en América.



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

17



Uno de los peores errores de esta sociedad es el rechazo de las personas

que han cometido algún delito: los prisioneros, por ejemplo. El resultado es la

pérdida de la esperanza en esas personas; pierden el sentido de la

responsabilidad y de la disciplina. Las consecuencias: mayores tragedias,

mayor sufrimiento y mayor infelicidad para todos. Creo que es importante que

esas personas reciban de nosotros un mensaje claro: «Vosotros también sois

parte de esta sociedad. También tenéis un futuro. Sin embargo, debéis

enmendar los errores o acciones negativas y no volver a cometerlas. Debéis

llevar una vida responsable como buenos ciudadanos».

Me entristece también el rechazo a que se ven sometidos otros

colectivos, como es el caso de los enfermos de sida. Encontrarnos con un

grupo social que se halla hundido en una situación especialmente desdichada

supone una buena oportunidad para ejercitar nuestro sentimiento de

preocupación, de cariño y de compasión. No obstante, a menudo digo a la

gente: «Mi compasión no es más que una palabra vacía. ¡La difunta madre

Teresa sí que aplicó la compasión a su vida!».

Tendemos a olvidarnos de la gente que sufre situaciones de miseria.

Cuando recorro India en tren, veo la cantidad de mendigos y vagabundos que

pueblan las estaciones. Veo cómo la gente no les presta atención e incluso se

mete con ellos. En ocasiones no puedo evitar las lágrimas. ¿Qué se puede

hacer?. Creo que todos deberíamos desarrollar la actitud acertada cuando nos

encontramos ante situaciones de tanta miseria.

También intuyo que un exceso de apego a las personas y las cosas no

puede ser positivo. Muchas veces advierto que mis amigos occidentales

consideran el apego como algo muy importante, como si sin él sus vidas

carecieran de color. Creo que debemos trazar una línea entre el deseo

negativo, o apego, y la cualidad positiva del amor que desea la felicidad del

otro. El apego es una emoción sesgada; reduce la amplitud de nuestra mente

hasta impedirnos percibir con claridad la situación real, y en última instancia

nos provoca problemas innecesarios. Al igual que otras emociones negativas

como la ira y el odio, el apego tiene un carácter destructivo. Deberíamos

intentar ser más neutros, y esto no significa carecer de sentimientos o ser

totalmente indiferente. Podemos reconocer lo que es bueno y lo que es malo;

por tanto, deberíamos esforzarnos en librarnos de lo malo y poseer o aumentar

las reservas de lo bueno.

Existe una práctica budista en la que uno se imagina dando alegría y

proporcionando la fuente de toda alegría a otras personas, y que de este modo

elimina todo su sufrimiento. Aunque es obvio que no podemos cambiar su



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

18



situación, presiento que, en algunos casos, a través de un sentimiento genuino

de cariño y de compasión, a través de nuestro compartir sus apuros, nuestra

actitud puede aliviar en parte ese sufrimiento, al menos mentalmente. Sin

embargo, el punto principal de esta práctica es aumentar nuestra fuerza y

nuestro coraje interior.

He escogido unos versos que creo que resultarán aceptables para

personas de cualquier culto, e incluso para aquellas que no se adscriben a

ninguna religión. Si es practicante, al leer estos versos podrá reflexionar sobre

la forma divina ala que adora. Un cristiano pensará en Jesús o en Dios, un

musulmán pensará en Alá. Entonces, mientras recite estos versos,

comprométase a aumentar los valores espirituales. Si no es religioso, puede

reflexionar sobre el hecho de que, fundamentalmente, todos los seres

comparten con nosotros sus deseos de felicidad y de superar el sufrimiento. Al

reconocerlo, pronuncie el deseo de llegar a tener buen corazón. Eso es lo más

importante: la calidez de nuestro corazón. Puesto que formamos parte del

género humano, es importante ser una persona amable y buena.



Que el pobre consiga riqueza,

que los apenados encuentren la alegría.

Que el abandonado halle una nueva esperanza,

prosperidad y una estable felicidad.

Que el asustado deje de temer,

y que los esclavos sean libres.

Que los débiles encuentren la fuerza,

y que la amistad una sus corazones.

Dalai Lama – El Arte de la Compasión

19

I

EL DESEO DE FELICIDAD



Espero que esta pequeña obra aporte al lector una visión básica del

budismo y de algunos de los métodos clave que han sido utilizados por sus

seguidores a lo largo de la historia con el fin de cultivar la compasión y la

sabiduría. Los métodos que se discutirán en los capítulos siguientes han sido

extraídos de tres textos sagrados del budismo. Kamalashila fue un hindú que

colaboró enormemente en el desarrollo y la definición de la práctica del

budismo en el Tíbet. El libro segundo de su obra, Las etapas de la meditación,

contiene la esencia de todo el budismo. También he recurrido en la

preparación de este libro a las obras de Togmay Sangpo y Langri Tangpa, Las

treinta y siete prácticas de los bodhisattva y Ocho versos para entrenar la

mente. Me gustaría enfatizar que no es necesario ser budista para beneficiarse

de las técnicas de meditación. De hecho, las técnicas no llevan en sí mismas la

iluminación ni a poseer un corazón abierto y compasivo. Eso depende de

nosotros y del esfuerzo y motivación que apliquemos a las prácticas

espirituales.

El propósito de la práctica espiritual es satisfacer el deseo de felicidad.

Todos somos iguales en el deseo de ser felices y de superar el sufrimiento, y

creo que todos compartimos el derecho de realizar esta aspiración.

Cuando examinamos la felicidad que buscamos y el sufrimiento que

deseamos evitar, lo más evidente son los sentimientos placenteros o

desagradables que se desprenden de nuestras experiencias sensoriales: sabores,

olores, texturas, sonidos y formas que percibimos a nuestro alrededor. Existe,

sin embargo, otro nivel de experiencia. La verdadera felicidad debe

perseguirse también a un nivel mental.

Si comparamos los niveles mental y físico de la felicidad, nos

encontramos con que las experiencias de dolor y placer que tienen lugar en la

mente son en realidad mucho más poderosas. Por ejemplo, si nos sentimos

deprimidos o si algo nos inquieta profundamente, ya podemos hallarnos en un

entorno agradable que apenas advertiremos su belleza o comodidad. Por otro

lado, si disfrutamos de una absoluta felicidad mental, nos resulta mucho más

fácil enfrentarnos a los desafíos que nos plantea la adversidad. Esto viene a



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

20



sugerir que las experiencias de dolor y placer que proceden de pensamientos o

emociones tienen un poder mayor que las que percibimos a nivel sensorial.

Cuando analizamos nuestras experiencias mentales reconocemos que

estas emociones poderosas que poseemos (tales como el deseo, el odio y la

ira) tienden a comportar una felicidad meramente pasajera y superficial. Los

deseos realizados pueden proveernos de una sensación de satisfacción

temporal: el placer que experimentamos al adquirir un nuevo coche o una

nueva casa es, normalmente, breve. Si nos entregamos a nuestros deseos, estos

tienden a aumentar en intensidad y a multiplicarse en número. Nos

convertimos en seres más exigentes y menos realizados, y cada vez nos cuesta

más satisfacer nuestras necesidades. Desde un punto de vista budista, el odio,

el deseo y la ira son emociones aflictivas, lo que quiere decir que nos causan

incomodidad. Incomodidad que surge de la intranquilidad mental que sigue a

la expresión de dichas emociones. Un estado constante de desasosiego mental

puede llegar a provocar consecuencias físicas en nuestro cuerpo.

¿De dónde proceden esas emociones?. De acuerdo con la visión del

mundo propugnada por el budismo, sus raíces deben buscarse en hábitos

cultivados en el pasado. Creemos que nos han acompañado a esta vida desde

existencias anteriores, en las que experimentamos y nos abandonamos a

emociones similares. Si nos dejamos dominar por ellas, crecerán y ejercerán

cada día mayor influencia sobre nosotros. La práctica espiritual es, por tanto,

el proceso de suavizar esas emociones y disminuir su fuerza. La felicidad

última implica su absoluta eliminación.

También poseemos una red de patrones de respuesta mental que ha sido

deliberadamente formada, establecida por medio de la razón o como resultado

del condicionamiento natural. La ética, la ley y las creencias religiosas son

ejemplos de cómo nuestra conducta puede ser canalizada por exigencias

externas. Inicialmente, las emociones positivas derivadas del cultivo de

nuestras cualidades más elevadas tal vez sean débiles, pero podemos

reforzarlas mediante nuestra familiarización con ellas, haciendo que nuestra

experiencia de felicidad y satisfacción interior sea más poderosa que la de una

vida abandonada a las emociones meramente impulsivas.



Disciplina Ética y Comprensión de Cómo son las Cosas



Si examinamos con mayor atención nuestras emociones y pensamientos

más impulsivos, hallamos que, además de enturbiar nuestra paz mental,

tienden a implicar «proyecciones mentales». ¿Qué significa eso exactamente?.



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

21



Las proyecciones son las causantes de la poderosa interacción emocional que

se establece entre nosotros y los objetos externos: las personas o las cosas que

deseamos. Por ejemplo, cuando nos sentimos atraídos por algo tendemos a

exagerar sus cualidades, viéndolo como si fuera ciento por ciento bueno o

ciento por ciento deseable, y nos embarga una añoranza por el objeto de

nuestro deseo. Una proyección exagerada podría llevarnos a creer que un

ordenador nuevo, más equipado, podría satisfacer todas nuestras necesidades y

resolver todos nuestros problemas.

De la misma forma, si consideramos que algo es indeseable tendemos a

distorsionar sus cualidades de acuerdo con nuestra creencia. Una vez hemos

puesto los ojos en el ordenador nuevo, nuestro viejo aparato que tan bien nos

ha servido durante años comienza a presentar aspectos cuestionables y a

adquirir más y más deficiencias. Nuestras interacciones con este ordenador

van quedando contaminadas por esas proyecciones. Eso es tan cierto para las

personas como para las posesiones materiales. Un jefe difícil o un socio con

quien no congeniamos son percibidos como poseedores de un carácter

imperfecto. Pronunciamos opiniones similares sobre objetos que no se avienen

a nuestros gustos aunque sean perfectamente aceptables para otros.

Si contemplamos el modo en que proyectamos nuestras opiniones

ya



sean positivas o negativas

sobre las personas, objetos o situaciones,



podemos empezar a apreciar que las emociones y pensamientos más

razonados están mucho más centrados en la realidad. Eso es así porque cuanto

más racional es un proceso menos probable es que se vea influido por las

proyecciones. Ese estado mental refleja con mayor fidelidad cómo son las

cosas en realidad, es decir, la verdadera situación. Por lo tanto, creo que

cultivar un entendimiento correcto de cómo son las cosas es un factor crucial

en nuestra búsqueda de la felicidad.

Exploremos cómo aplicar esto a nuestra práctica espiritual. Si deseamos

desarrollar la disciplina ética, por ejemplo, tenemos que comprender primero

el valor de comprometerse en una conducta moral. Para los budistas, un

comportamiento ético es aquel que evita las diez acciones no virtuosas.

Existen tres tipos de acciones no virtuosas: las realizadas por el cuerpo, las

expresadas por el habla, y los pensamientos no virtuosos, que habitan en la

mente. Evitamos los tres actos no virtuosos del cuerpo, que son matar, robar y

la mala conducta sexual; los cuatro del habla: el discurso falso, con ánimo de

dividir, ofensivo o carente de sentido, y los de la mente: la codicia, la malicia

y los prejuicios.



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

22



Podemos advertir que evitar tales actos solo resulta posible una vez

hemos reconocido las consecuencias que provocan. Por ejemplo, ¿Qué hay de

malo en hablar sin pensar?. ¿Cuáles son las consecuencias de entregarse a

ello?. Primero debemos reflexionar sobre la forma en que el cotilleo fácil nos

lleva a criticar al prójimo, además de suponer una pérdida de tiempo y

dejarnos insatisfechos.

Después consideraremos la actitud que tenemos hacia las personas que

suelen cotillear sobre los demás: difícilmente despertarán nuestra confianza o

recurriremos a ellas en busca de consejo. Quizá podamos pensar en otros

aspectos desagradables de esta conducta. Esta reflexión nos ayuda a

refrenarnos cuando nos sentimos tentados de criticar. Este análisis elemental

es, creo, el modo más efectivo de provocar los cambios fundamentales que

requiere nuestra búsqueda de la felicidad.



Las Tres Joyas del Refugio



Desde el principio del camino del budismo es importante conectar la

comprensión de la verdadera realidad con nuestra conducta espiritual, ya que

es a través de esta relación que nos definimos como seguidores del Buda. Un

budista es alguien que busca su último refugio en el Buda, en su doctrina

conocida como el dharma, y en el sangha, la comunidad espiritual que actúa

de acuerdo con esa doctrina. Se conocen como las tres joyas del refugio. Para

que nosotros tengamos la voluntad de buscar refugio en las tres joyas, primero

debemos reconocer la insatisfacción que nos produce nuestra condición actual

en la vida; debemos ser conscientes de su naturaleza desdichada. Basándonos

en un reconocimiento profundo y verdadero de esta verdad, desearemos de

forma natural cambiar nuestra condición y poner punto final a nuestro

sufrimiento. Estaremos, pues, motivados para buscar un método mediante el

cual llegar a ello. En este método, percibimos la necesidad de encontrar un

puerto o un cobijo donde resguardarnos de la desdicha que deseamos dejar

atrás. Dicho de otro modo, el refugio planteado por el budismo es una

protección del sufrimiento que queremos evitar. El Buda, el dharma y el

sangha nos ofrecen ese refugio y suponen, por lo tanto, la posibilidad de

curarnos de ese dolor. Es en ese sentido que un budista busca refugio en las

tres joyas.

Antes de buscar refugio del sufrimiento, primero debemos profundizar

en nuestra comprensión de su naturaleza y las causas que lo ocasionan.

Hacerlo intensifica nuestro deseo de protección. Ese proceso mental, que



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

23



incluye el estudio y la contemplación, debe aplicarse también para desarrollar

nuestra apreciación de las cualidades del Buda. Eso nos conduce a valorar el

método mediante el cual él alcanzó esas cualidades: su doctrina, el dharma. De

ella nace el enorme respeto que sentimos hacia el sangha, los practicantes

comprometidos en la aplicación del dharma. En consecuencia, nuestra

sensación de respeto por este refugio se intensifica, al igual que nuestra

determinación de comprometernos en la práctica espiritual diaria.

Como budistas, cuando nos refugiamos en la doctrina del Buda, la

segunda de las tres joyas, lo que hacemos es cobijarnos tanto en la

anticipación de un estado de liberación del sufrimiento como en el camino o

método por el que alcanzaremos dicho estado. Este camino, el proceso de

aplicar esta doctrina a través de la práctica espiritual consciente, es conocido

como el dharma. El estado de libertad del sufrimiento también recibe el

mismo nombre, ya que es el resultado directo de la aplicación de la doctrina

del Buda.

A medida que crecen la comprensión y la fe en el dharma, vamos

desarrollando un mayor aprecio por el sangha, el grupo de individuos, pasados

y presentes, que han alcanzado tales estados de liberación del sufrimiento.

Gracias a ellos podemos concebir la posibilidad de un ser que ha llegado a la

liberación absoluta de los aspectos negativos de la mente: el Buda. El aprecio

por el Buda, el dharma y el sangha

las tres joyas que constituyen nuestro



refugio

crece de la misma forma que nuestro reconocimiento de la



naturaleza desdichada de la vida. Eso intensificará nuestra búsqueda de su

protección.

Justo en el inicio del camino del budismo, nuestra necesidad de

protección de las tres joyas puede, como mucho, ser intuida desde una

perspectiva intelectual, especialmente para aquellos que no han crecido en un

marco religioso. Dado que las tres joyas tienen su equivalente en otras

tradiciones, a menudo reconocer su valor resulta más fácil para las personas

que ya tienen fe.



Abandonar una Existencia Cíclica



Una vez hemos reconocido el estado desdichado en que nos hallamos

inmersos, el sufrimiento generalizado que nos infligen emociones aflictivas

como el apego y la ira, desarrollamos un sentido de frustración y disgusto por

nuestra situación actual. Este, a su vez, nutre el deseo de liberarnos del estado

mental en que nos hallamos inmersos, ese ciclo infinito lleno de desdicha y



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

24



decepción. Cuando nuestro interés se centra en los demás, en nuestro deseo de

liberarlos de su desdicha, entonces hablamos de compasión. La compasión

aparece cuando nos centramos en los demás, en nuestro deseo de liberarlos de

su desdicha. Sin embargo, solo habiendo llegado a reconocer nuestro propio

estado de sufrimiento y desarrollado el deseo de salir de él podemos tener la

voluntad sincera de liberar a otros de su desdicha. El compromiso con nuestra

propia liberación del lodo de esta existencia cíclica debe haber sucedido para

que sea posible alcanzar la verdadera compasión.

Antes de renunciar a esa existencia cíclica, lo primero que debemos

reconocer es que todos estamos destinados a morir. Nacemos con la semilla de

nuestra propia muerte. Desde el instante de nuestro nacimiento vamos

acercándonos a esta cita inevitable. También debemos considerar que el

momento de nuestra muerte es incierto. La muerte no esperará a que aseemos

nuestra vida: llega sin avisar. En el momento de nuestra muerte, los amigos y

la familia, las preciadas pertenencias que hemos ido acumulando

meticulosamente durante nuestra vida, carecen de todo valor. Ni siquiera este

precioso cuerpo, el vehículo en el mundo material, nos sirve de nada. Tales

pensamientos nos ayudan a reducir las preocupaciones que nos afectan en la

existencia actual y comienzan a proveernos del terreno necesario para una

comprensión compasiva de las dificultades que tienen los otros para huir de

sus inquietudes egoístas.

No obstante, resulta crucial advertir el inmenso valor inherente a la

existencia humana, la oportunidad y el potencial que nos proporcionan

nuestras breves vidas. Solo los humanos disfrutamos de la oportunidad de

realizar cambios. Los animales pueden aprender los trucos más sofisticados y

nadie niega el gran valor que poseen en nuestra sociedad, pero su limitada

capacidad mental no les permite comprometerse en la virtud ni experimentar

un verdadero cambio en su existencia. Estas ideas nos inducen a dar un

auténtico sentido a nuestra vida humana.



Amigos Espirituales, Guía Espiritual



Además de la meditación, también es de gran importancia vivir de

manera responsable. Debemos evitar las influencias de malas compañías,

amigos insatisfactorios que pueden desviarnos del camino. No siempre es fácil

juzgar a los demás, pero sí podemos ver que ciertos estilos de vida nos apartan

de la honestidad. Una persona amable y bondadosa puede caer fácilmente en

el mal camino por culpa de unos amigos de moral dudosa. Debemos tener



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

25



cuidado y evitar tales influencias negativas y cultivar la amistad con personas

leales que nos ayuden a dar sentido y significado a nuestra vida.

Siguiendo con el tema de la amistad, debo señalar la enorme

importancia de la figura de nuestro maestro espiritual. Resulta crucial que la

persona de la que aprendemos posea las cualidades suficientes. En términos

convencionales, buscamos siempre un maestro que posea conocimientos de la

materia que deseamos estudiar. Un físico brillante no tiene por qué ser capaz

de enseñar filosofía. Un maestro espiritual debe poseer los conocimientos que

queremos aprender. La fama, la riqueza y el poder no son méritos que deban

tenerse en cuenta en un maestro espiritual. Tenemos que asegurarnos de que

posee sabiduría espiritual, conocimiento de la doctrina que él o ella va a

enseñar, además de haber extraído una buena dosis de experiencias prácticas

de la aplicación de la doctrina y de la vida en general.

Desearía enfatizar que es responsabilidad nuestra asegurarnos de que la

persona que va a enseñarnos es la más adecuada. No podemos depender de los

consejos ajenos ni de lo que alguien afirme de sí mismo. Con el fin de

investigar apropiadamente las cualidades de nuestro futuro maestro, primero

debemos saber algo sobre las cuestiones fundamentales del budismo, así como

estar seguros de qué títulos debe poseer ese maestro. Deberíamos escuchar

objetivamente a esa persona y observar cómo se comporta durante un cierto

período de tiempo. Solo así podemos decidir si está preparada para guiarnos

en el camino espiritual.

Se dice que deberíamos estar dispuestos a examinar a un maestro

durante doce años para asegurarnos de su verdadera capacidad, y no creo que

sea tiempo perdido. Al contrario, cuanto más claras veamos sus cualidades,

más valioso será para nosotros. Si nos dejamos dominar por un impulso y nos

confiamos a cualquiera, los resultados pueden ser desastrosos. De forma que

debemos tomarnos tiempo para observar a nuestros futuros maestros, ya sean

budistas o pertenecientes a cualquier otra fe.



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

26

II

LA MEDITACIÓN, UN INICIO



A lo largo de este capítulo exploraremos las técnicas para cambiar

nuestros hábitos mentales por otros más virtuosos. En este empeño podemos

usar dos métodos de meditación: por un lado, la meditación analítica, la vía

mediante la cual nos familiarizamos con nuevas ideas y actitudes mentales, y,

por otro, la meditación contemplativa, que centra la mente en el objeto

elegido.

Aunque todos aspiramos de forma natural a ser felices y deseamos

superar nuestra desdicha, el dolor y el sufrimiento siguen ahí. ¿Por qué?. El

budismo enseña que, en realidad, somos nosotros quienes influimos en las

causas y circunstancias que generan nuestra infelicidad, resistiéndonos a

menudo a realizar actividades que podrían conllevar una felicidad más

duradera. ¿Cómo puede ser?. En nuestra vida diaria nos dejamos llevar por

poderosos pensamientos y emociones, lo que, a su vez, da pie a estados

mentales negativos. Este círculo vicioso se encarga de perpetuar no solo

nuestra infelicidad sino también la de los demás. Tenemos que hacernos el

firme propósito de modificar esas tendencias y reemplazarlas por otras. Como

una rama joven de un árbol viejo que acabará absorbiendo la vida de ese árbol

y creando un nuevo ser, debemos nutrir nuestras inclinaciones cultivando

deliberadamente prácticas virtuosas. Este es el verdadero significado y

objetivo de la meditación.

Contemplar la dolorosa naturaleza de la vida, estudiar los métodos con

los que poner fin a nuestra desdicha constituye una forma de meditación. Este

libro es una forma de meditación. Cuando hablamos de meditación nos

referimos al proceso mediante el cual transformamos nuestra actitud más

instintiva, ese estado mental que solo pretende satisfacer el deseo y evitar el

malestar. Tendemos a dejar que la mente nos controle y nos conduzca por su

egocéntrico camino. La meditación es el proceso que nos permite aumentar

nuestro control sobre la mente y guiarla en una dirección más virtuosa.

Podemos considerarla una técnica por la que disminuimos la fuerza de los

antiguos hábitos de pensamiento y desarrollamos otros nuevos. Gracias a ella

nos protegemos de aquellas actitudes de pensamiento, palabra o acción que



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

27



nos provocan el sufrimiento. La meditación constituye la base de nuestra

práctica espiritual.

Esta técnica no es exclusiva del budismo. De la misma forma que un

músico entrena las manos, un atleta los reflejos, un lingüista el oído y un

filósofo la percepción, nosotros dirigimos nuestra mente y nuestro corazón.

Por tanto, familiarizarnos con los distintos aspectos de la práctica

espiritual es ya una forma de meditación, aunque para obtener algún beneficio

es necesario ir más allá de una simple lectura. Si está interesado en ello,

recuerde lo que hicimos en el capítulo anterior con las consecuencias

negativas derivadas de hablar sin pensar: primero vimos el abanico de

conductas que implicaba y luego las investigamos más a fondo para

comprenderlas mejor. Cuanto más explore un tema sometiéndolo a un

exhaustivo escrutinio mental, más profundamente llegará a comprenderlo.

Esto le permitirá juzgar su validez. Si a través del análisis concluye que algo

no le resulta válido, apártelo de usted. Sin embargo, si llega a la conclusión

objetiva de que es cierto, notará que la fe en esa verdad toma una dimensión

mucho más sólida. Este proceso de búsqueda y escrutinio debe tomarse como

una forma de meditación.

El propio Buda dijo: «Oh monjes y sabios, no aceptéis mis palabras

únicamente por respeto hacia mí. Debéis someterlas a un análisis crítico y

aceptarlas solo cuando vuestro entendimiento os aconseje hacerlo». Esta

excelente frase posee múltiples implicaciones. Está claro que el Buda nos está

diciendo que cuando leemos un texto no debemos confiar solo en la fama de

su autor sino en el contenido. Y que, al tratar de captar ese contenido,

deberíamos atender más al significado que al estilo literario. Por lo que

respecta al tema en cuestión, debemos fiarnos más de nuestra comprensión

empírica que de nuestra capacidad intelectual. En otras palabras, debemos

desarrollar un conocimiento del dharma que trascienda al puramente

académico. Debemos integrar las verdades de las enseñanzas del Buda en las

profundidades de nuestro ser de manera que queden reflejadas en nuestras

vidas. La compasión sirve de bien poco si permanece solo como una idea y no

se convierte en una actitud hacia los otros que imprime su huella en todos

nuestros pensamientos y acciones. Del mismo modo, el simple concepto de

humildad no hace que la arrogancia disminuya, sino que debe convertirse en el

estado habitual del ser.



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

28

Familiarizarse con el Objeto Elegido



La palabra tibetana que designa a la meditación es gom, que significa

«familiarizarse». Cuando usamos la meditación en nuestro camino espiritual,

lo que hacemos es familiarizarnos con un objeto elegido; un objeto que no

tiene por qué ser una cosa física, ni una imagen del Buda o de Jesús en la cruz.

Puede tratarse de una cualidad mental, como la paciencia, que queremos

cultivar mediante la meditación contemplativa, o el movimiento rítmico de la

respiración en el que nos concentramos para serenar nuestra mente inquieta o

simplemente la claridad y el conocimiento

la conciencia , con la



intención de comprender su verdadera naturaleza. Todas estas técnicas, que

nos permiten ampliar el conocimiento del objeto elegido, están descritas con

detalle en las páginas siguientes.

Por ejemplo, cuando estamos decidiendo qué coche comprar, leyendo

sobre los pros y los contras de distintas marcas, acabamos desarrollando un

cierto apego por las cualidades de un modelo determinado. A medida que

contemplamos estas cualidades, se intensifica el aprecio que sentimos por ese

coche y aumenta el deseo de poseerlo. Virtudes como la paciencia y la

tolerancia pueden cultivarse de forma parecida: contemplamos las cualidades

que forman la paciencia, la paz mental que nos genera, el entorno armónico

que se crea y el respeto que engendra en los otros. También podemos trabajar

para reconocerlos efectos negativos de la impaciencia, la ira y la falta de

satisfacción que sufrimos a causa de ella, el temor y la hostilidad que provoca

en quienes nos rodean. Si nos esforzamos en seguir esas líneas de

pensamiento, nuestra paciencia evoluciona de forma natural, haciéndose más y

más fuerte cada día, cada mes, cada año. Controlar la mente es un proceso

lento, sin embargo, una vez hemos dominado la paciencia, la satisfacción que

se deriva de ello supera con creces a la que puede proporcionarnos el mejor

coche del mundo.

En realidad, desarrollamos ese tipo de meditación con bastante

frecuencia en nuestra vida cotidiana, aunque somos especialmente hábiles a la

hora de familiarizarnos con las tendencias negativas. Cuando alguien nos

disgusta, somos capaces de fijar nuestra atención en los defectos de esa

persona hasta llegar a formarnos una firme opinión de su cuestionable

naturaleza. Nuestra mente permanece centrada en el «objeto» de la meditación

y nuestra aversión hacia esa persona se intensifica. El proceso se repite cuando

nos concentramos en algo o alguien que nos atrae especialmente: hace falta



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

29



muy poco para mantener nuestra concentración. Resulta más difícil

concentrarse en el cultivo de una virtud, lo que constituye una indicación

certera del abrumador peso que ejercen en nosotros emociones como el apego

y el deseo.

Existen muchas formas de meditación. Algunas no requieren un lugar

especial o una postura física concreta: podemos meditar mientras conducimos

o paseamos, cuando vamos en autobús o en tren, e incluso mientras nos

duchamos. Si deseamos dedicar cierto tiempo a una práctica espiritual más

concentrada, es aconsejable aprovechar las primeras horas del día, ya que es

entonces cuando la mente está en estado de máxima alerta y claridad. Resulta

útil sentarse en un entorno tranquilo con la espalda recta, ya que dicha postura

ayuda a permanecer concentrado. Sin embargo, es muy importante recordar

que debemos cultivar hábitos mentales virtuosos en cualquier momento y

lugar, extendiendo la meditación más allá de las sesiones puramente formales.



Meditación Analítica



Como ya he dicho, hay dos tipos de meditación que pueden usarse a la

hora de contemplar e interiorizar los temas de que trato en este libro. Primero

tenemos la meditación analítica, en la que la familiaridad con un objeto

elegido

ya sea el coche deseado o la compasión y paciencia que



pretendemos alcanzar

se cultiva mediante un proceso de análisis racional.



No nos limitamos a concentrarnos en un tema, sino que cultivamos un sentido

de proximidad o empatía con el objeto elegido aplicando en ello nuestras

facultades críticas. Se trata de la forma de meditación que enfatizo cuando

exploramos los diferentes temas que necesitan ser cultivados en la práctica

espiritual. Algunos de esos temas son específicos de la práctica budista y otros

no. En cualquier caso, una vez nos hemos familiarizado con un tema mediante

este tipo de análisis, es importante mantener la concentración en él mediante la

meditación contemplativa con el fin de interiorizarlo con más profundidad.



Meditación Contemplativa



El segundo tipo es la meditación contemplativa. Se produce cuando

concentramos la mente en un objeto sin tratar de analizarlo o reflexionar sobre

él. Cuando meditamos sobre la compasión, por ejemplo, desarrollamos

empatía hacia los otros y nos esforzamos por reconocer el sufrimiento por el

que están pasando. De esto se ocupa la meditación analítica. Sin embargo, una



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

30



vez el sentimiento de compasión se ha alojado en nuestros corazones, una vez

la meditación ha cambiado positivamente nuestra actitud hacia los otros,

permanecemos absortos en ese sentimiento, sin dedicarle reflexión. Esto

ayuda a hacer más honda esa compasión. Cuando sentimos que el sentimiento

se debilita, podemos recurrir de nuevo a la meditación analítica con el fin de

revitalizarlo antes de volver a la meditación contemplativa.

Con el tiempo y la práctica constante aumentará nuestra habilidad de

alternar las dos formas de meditación para intensificar la cualidad deseada. En

el capítulo XI, «La inmanencia serena», examinaremos más a fondo la técnica

para desarrollar la meditación contemplativa hasta el punto de que podamos

mantenernos concentrados en el objeto deseado durante todo el tiempo que

queramos. Como ya he dicho, este «objeto de meditación» no tiene que ser

necesariamente algo que podamos «ver». En cierto sentido, uno funde su

mente con el objeto con el fin de familiarizarse con él. La meditación

contemplativa, como sucede con otras formas de meditación, no es una

práctica virtuosa en sí misma. Es el objeto en el que nos concentramos y la

motivación que nos lleva a hacerlo lo que determina la dimensión espiritual de

este proceso. Si nuestra mente se centra en la compasión, la meditación es

virtuosa; si el esfuerzo se dedica a la ira, no hay en él la menor virtud.

Debemos meditar de forma sistemática, cultivando la familiaridad con

el objeto elegido de forma gradual. Estudiar y atender a los consejos de

maestros cualificados constituye una parte importante de este proceso, ya que

nos permite una reflexión posterior sobre lo que hemos leído o escuchado

encaminada a aclarar cualquier duda, confusión o malentendido. Este mismo

proceso sacude nuestra mente y más tarde, cuando nos concentramos en el

objeto, conseguimos fundirla con él tal y como deseábamos que sucediera.

Es importante que seamos capaces de concentrarnos en temas simples

antes de intentar meditar sobre los aspectos más sutiles de la filosofía budista.

La práctica previa nos ayuda a desarrollar la habilidad necesaria para analizar

y permanecer centrados en temas complejos como antídoto a todo nuestro

sufrimiento, al vacío inherente a la existencia.

Tenemos ante nosotros un largo viaje espiritual. Debemos ser

cuidadosos a la hora de elegir el camino, cerciorarnos de que contiene los

métodos que nos conducen a nuestro objetivo. En ocasiones, el trayecto se

convierte en una escarpada cuesta y debemos saber cómo reducir la velocidad

hasta alcanzar el paso del caracol, mientras nos aseguramos de no olvidar los

problemas del vecino o de ese pez que nada en aguas contaminadas a miles de

kilómetros de distancia.



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

31

III

EL MUNDO MATERIAL Y EL MUNDO

INMATERIAL



Hasta el momento hemos discutido sobre lo que el budismo entiende

por práctica espiritual y sobre cómo trabajar para transformar los viejos

hábitos mentales en otros nuevos y más virtuosos. Esto se consigue a través de

la meditación, el proceso de familiarización con las virtudes que causan la

felicidad, que nos permite abrazar dichas virtudes y ver con claridad las

profundas certezas que se mantienen ocultas en nuestra vida cotidiana. Ahora

examinaremos cómo esos estados mentales se generan de forma muy parecida

a la génesis de los objetos del mundo físico.

En el mundo material, las cosas llegan a ser gracias a la acción conjunta

de causas y condiciones. Un brote crece gracias a la semilla, el agua, la luz del

sol y la riqueza del suelo. Sin estos elementos, no se darían las condiciones

necesarias para que la planta germinara y surgiera de la tierra. De la misma

forma, las cosas dejan de existir cuando se dan las circunstancias que

condicionan su fin. Si la materia pudiera evolucionar libre de causas, entonces

o todo se mantendría igual eternamente, ya que las cosas no necesitarían de

causas ni condiciones, o bien nada llegaría jamás a cobrar existencia, pues no

habría modo de que eso pudiera ocurrir. En otras palabras, o bien la planta

existiría sin necesidad de semilla o bien jamás llegaría a existir. Por tanto,

podemos apreciar que la causa es un principio universal.

En el budismo se señalan dos tipos de causas. Primero, las causas

sustanciales. Siguiendo con la misma metáfora, consistirían en la semilla que,

con la cooperación de ciertas condiciones ambientales, genera un efecto que

constituye su continuación natural, es decir, la planta. Las condiciones que

posibilitan que la semilla germine

agua, luz, suelo y abono serían



consideradas causas cooperantes. Que el surgimiento de las cosas depende de

causas y condiciones, ya sean sustanciales o cooperantes, no se debe a la

fuerza de las acciones de la gente ni a las extraordinarias cualidades del Buda.

Las cosas son así, eso es todo.

En el budismo creemos que las cosas inmateriales se comportan de

forma muy parecida a las materiales. Al mismo tiempo, desde un punto de



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

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vista budista, la habilidad para percibir la materia física no puede constituir la

única base de nuestro conocimiento del mundo. Un ejemplo de cosa inmaterial

sería el concepto de tiempo, que es concomitante con el mundo físico pero al

que no puede dotarse de forma material. También está la conciencia, el medio

por el que percibimos las cosas y experimentamos dolor y placer. La

conciencia no posee una naturaleza física.

Aunque carentes de naturaleza física, nuestros estados mentales también

son el resultado de un conjunto de causas y condiciones, de forma muy

parecida a los objetos que forman el mundo material. Por lo tanto resulta

importante familiarizarse con la mecánica que rige la relación causa efecto. La

causa sustancial de nuestro estado mental actual es el momento mental previo.

Así pues, cada momento de conciencia sirve de causa sustancial para el

momento de conciencia subsiguiente. Los estímulos que percibimos, las

formas visuales de que disfrutamos o los recuerdos a los que reaccionamos,

son las causas cooperantes que contribuyen a conformar la naturaleza de un

estado de la mente. Como sucede con la materia, mediante el control de las

condiciones influimos en el producto: la mente. La meditación sería un

método hábil para ejercer esa influencia aplicando determinadas condiciones a

nuestra mente con el fin de provocar el efecto deseado, alcanzar la virtud.

Eso funciona básicamente de dos formas distintas. Una de ellas se

produce cuando un estímulo o condición cooperante da lugar a un estado

mental de características parecidas. Tendríamos un ejemplo de esta dinámica

cuando la desconfianza que albergamos hacia alguien nos provoca

sentimientos negativos cada vez que pensamos en esa persona. Por otro lado, a

veces un estado mental causa un efecto opuesto: cuando cultivamos la

confianza en nosotros mismos, minimizamos la depresión o la pérdida de la fe

en nuestras capacidades. A medida que reconocemos los efectos de cultivar

distintas cualidades mentales vemos cómo se producen los cambios en nuestro

estado mental. Debemos recordar que es simplemente el modo en que

funciona la mente y podemos utilizar ese mecanismo para incrementar nuestro

crecimiento espiritual.

Como veíamos en el capítulo anterior, la meditación analítica es el

proceso mediante el cual aplicamos y cultivamos determinados pensamientos,

provocando estados mentales positivos que minimizan, y finalmente eliminan,

los negativos. Así es como se usa de forma constructiva el mecanismo causaefecto.

Estoy profundamente convencido de que el cambio espiritual real no

surge solo de la oración o del deseo de que desaparezcan todos los aspectos



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

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negativos de la mente y florezcan los positivos. Es mediante el esfuerzo

constante, basado en la comprensión de la mente y en cómo interactúan sus

distintos estados emocionales y psicológicos, como conseguimos el progreso

espiritual. Si deseamos disminuir el poder de las emociones negativas, lo que

debemos hacer es localizar las causas que las provocan. Debemos trabajar para

cambiar o arrancar esas causas. Al mismo tiempo, debemos reforzar las

fuerzas mentales que las contrarrestan: sus antídotos. Es así como alguien

consigue la transformación mental mediante la meditación.

¿Cómo lograrlo?. Primero debemos identificar los factores opuestos a

una virtud en concreto. El factor opuesto a la humildad sería el orgullo o la

vanidad, el opuesto a la generosidad sería la mezquindad. Después de

identificar dichos factores, debemos esforzarnos por debilitarlos hasta

reducirlos al mínimo, sin dejar de avivar las llamas de la cualidad virtuosa que

deseamos interiorizar. Cuando nos sentimos más mezquinos es cuando

debemos hacer un mayor esfuerzo para ser generosos; cuando nos sentimos

críticos o impacientes, debemos hacer todo lo posible para ser pacientes.

Cuando reconocemos qué efectos provoca el pensamiento sobre

nuestros estados psicológicos, podemos prepararnos para actuar sobre ellos.

Entonces sabremos cómo equilibrar un determinado estado mental, cómo

reaccionar apropiadamente cuando surge. Cuando percibimos que nuestra

mente deriva hacia la ira cuando pensamos en alguien que nos disgusta,

debemos detenernos y cambiar de estado mental a través de una variación en

el tema. Resulta difícil dejar a un lado la ira a no ser que hayamos entrenado

nuestra mente para reconocer los efectos negativos que esa emoción nos

causará. Es por tanto esencial que empecemos nuestro entrenamiento de la

paciencia en un momento de serenidad, no cuando estamos dominados por la

ira. Debemos recordar en detalle cómo, cuando nos enfadamos, perdemos la

paz mental y la concentración en el trabajo, volviéndonos desagradables para

aquellos que nos rodean. Solo después de una reflexión prolongada y

constante sobre todo ello podremos frenar el sentimiento de la ira.

Un conocido ermitaño tibetano que limitó su práctica a la observación

de la mente dibujaba una marca negra en la pared de su habitación siempre

que se le ocurría un pensamiento poco virtuoso. Tardó poco en tener las

paredes completamente negras; sin embargo, poco a poco, a medida que su

actitud cambiaba, sus pensamientos se volvieron más virtuosos y las marcas

blancas comenzaron a ocupar el lugar de las negras. Esta misma actitud es la

que debemos aplicar en nuestra vida diaria.



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

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IV

EL KARMA



Nuestro fin último como practicantes del budismo es alcanzar el

iluminado y omnisciente estado de un buda. Para ello necesitamos un cuerpo

humano provisto de una mente sana.

La mayoría de nosotros no damos demasiada importancia al hecho de

ser seres humanos relativamente sanos. En cambio, los textos budistas se

refieren a la existencia humana como algo extraordinario y precioso, el

resultado de una enorme cantidad de virtud, acumulada a lo largo de un

infinito número de vidas. Todo ser humano ha necesitado hacer un gran

esfuerzo hasta conseguir este estado físico. ¿Por qué tiene tanto valor?. Porque

nos ofrece la mayor oportunidad de crecimiento espiritual: la búsqueda de la

felicidad, la propia y la de los otros. Los animales, a diferencia de los

humanos, simplemente carecen de la habilidad de ir en pos de la virtud: son

víctimas de su ignorancia. Por lo tanto, deberíamos valorar este valioso

vehículo humano y hacer todo lo que esté en nuestras manos para asegurarnos

de renacer en forma de seres humanos en la próxima vida. Aunque

continuemos aspirando a alcanzar la iluminación absoluta, deberíamos

reconocer que el camino hacia el estado del buda es largo e implica una

preparación conveniente en tramos más cortos.

Como ya hemos visto, para asegurarnos el renacimiento como seres

humanos con el potencial para desarrollar la práctica espiritual, primero

debemos seguir el camino de la ética. Eso, de acuerdo con la doctrina del

Buda, se traduce en evitar las diez acciones no virtuosas. Cada una de estas

acciones provoca sufrimiento en mayor o menor grado. Para reforzar aún más

nuestro propósito de no caer en ellas, debemos comprender el funcionamiento

de la ley de causa y efecto, también conocida como karma.

El concepto de karma, que significa «acción», se refiere a un acto que

realizamos pero también a sus repercusiones. Cuando hablamos del karma de

matar, el acto en sí mismo sería arrebatar la vida de otro. Las consecuencias de

este acto, también parte del karma de matar, son el sufrimiento que causa a la

víctima así como a los que aman a ese ser y dependen de él. El karma de este

acto también incluye ciertos efectos sobre el propio asesino, que no se limitan

a esta vida. En realidad, el efecto de un acto no virtuoso crece con el tiempo,



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

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de manera que el impulso de un asesino despiadado que no duda en acabar con

la vida de otro ser humano comenzó en una vida pasada en forma de un simple

desprecio por las vidas de otros, que le llevaba a considerarlos meros insectos.

Es improbable que la reencarnación inmediata de un asesino sea en

forma de ser humano. Las circunstancias bajo las cuales un ser humano mata a

otro determinan la severidad de las consecuencias. Un asesino despiadado que

cometa su crimen con alevosía, probablemente renacerá para sufrir

enormemente en un reino de la existencia al cual llamamos infierno. Un caso

menos grave

pongamos, por ejemplo, un homicidio perpetrado en defensa



propia

podría significar renacer en un infierno de sufrimiento menor. Otras



acciones no virtuosas de menor alcance podrían llevar a renacer en forma de

animal, incapaz de mejorar mental o espiritualmente.

Cuando alguien renace finalmente como ser humano, las consecuencias

de varias acciones no virtuosas determinan las circunstancias que rodearán

esta nueva vida. Haber matado en una existencia previa da lugar a una vida

corta y llena de enfermedades, y a una tendencia a volver a matar que

garantiza más sufrimientos en vidas futuras. De la misma forma, el robo

provoca falta de recursos y la posibilidad de ser robado, además de establecer

la tendencia a robar en el futuro. Una conducta sexual inapropiada, como

puede ser el adulterio, da como resultado una vida en la que no se podrá

confiar en la pareja y se sufrirán infidelidades y traiciones. Estos son algunos

de los efectos de las tres acciones no virtuosas que cometemos con el cuerpo.

Por lo que se refiere a las cuatro acciones no virtuosas del habla, la

mentira conduce a una vida en la que los demás hablarán mal del mentiroso;

mentir también establece una tendencia a seguir mintiendo en vidas futuras,

además de la posibilidad de que los demás le mientan y no le crean cuando

dice la verdad. Las consecuencias futuras de hablar mal con la intención de

desunir a los demás incluyen la soledad y una tendencia a perjudicar al

prójimo. El discurso autoritario provoca el abuso de los demás y conduce a

una actitud de enfado. La murmuración da lugar a que los demás no escuchen

y a hablar incesantemente.

Por último, ¿Cuáles son las consecuencias kármicas de las tres acciones

no virtuosas de la mente, las tendencias no virtuosas más comunes?. La

codicia, que condena a un estado de perpetua insatisfacción; la malicia, que

conduce al miedo y a la tendencia a herir al prójimo, y los prejuicios, que

sostienen creencias falsas, lo cual provoca dificultades en la comprensión y

aceptación de la verdad, además de llevar al sujeto a aferrarse tozudamente a

sus valoraciones erróneas.



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

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No he expuesto más que unos pocos ejemplos de las ramificaciones de

la falta de virtud. Nuestra vida actual es el resultado de nuestro karma, de las

acciones cometidas en el pasado. La situación que nos aguarda en el futuro,

las condiciones en que naceremos, las oportunidades que tendremos o no

tendremos para mejorar nuestro estado en la vida, dependerán de nuestro

karma en esta vida, de nuestros presentes actos. Aunque nuestra situación

actual ha sido determinada por conductas pasadas, seguimos siendo

responsables de nuestras acciones presentes y, por tanto, tenemos la capacidad

y la obligación de dirigir nuestras acciones hacia el camino de la virtud.

Cuando valoramos un acto determinado con el fin de decidir si es moral

o espiritual, el criterio debería ser la calidad de la motivación que lo impulsa.

Si alguien toma deliberadamente la opción de no robar porque tiene miedo de

ser atrapado y castigado, no podemos decir que su resolución sea un acto

moral, ya que no son las consideraciones morales las que le han dictado esta

elección.

La decisión de no robar puede proceder también del miedo a la opinión

pública: «¿Qué pensarán mis amigos y vecinos? Me dejarán de lado. Me

convertiré en un marginado». Aunque nadie niega que la decisión sea positiva,

de nuevo resulta dudoso calificar la motivación de este acto como moral.

La misma decisión puede tomarse debido al siguiente pensamiento:

«Robar significa actuar en contra de la ley de Dios». Otro podría pensar:

«Robar es un acto nocivo porque causa sufrimiento en los otros». Cuando

tales consideraciones se hallan detrás de la decisión, sí podemos decir que la

resolución es de índole moral o ética. En la práctica de la doctrina del Buda, si

la motivación subyacente que evita la acción negativa tiene en cuenta que con

ello impedirá la adquisición de un estado de pena trascendente, ese freno se

convierte en un acto moral.

Se dice que conocer los aspectos detallados de las obras del karma está

solo al alcance de una mente omnisciente. Los mecanismos sutiles del karma

están más allá de nuestra percepción ordinaria. Para nosotros, vivir de acuerdo

a los dictados del karma tal como es concebido por el Buda Shakyamuni

requiere un grado de fe en sus enseñanzas. No tenemos manera de comprobar

que matar lleva a una corta vida, tal y como él nos asegura, o que robar te

condena a la pobreza. No obstante, tampoco debemos aceptar esas

afirmaciones mediante una fe ciega. Antes debemos establecer la validez de

nuestro objeto de fe: el Buda y su doctrina, el dharma. Es imprescindible

analizar sus enseñanzas de forma razonada y completa. Al profundizar en

algunos temas del dharma que pueden establecerse por inferencia lógica




Dalai Lama – El Arte de la Compasión

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tales como las enseñanzas del Buda sobre la transitoriedad y el vacío de las

que hablaremos con mayor detalle en el capítulo XIII, «La sabiduría»

y ver



que son correctos, nuestra creencia en otras enseñanzas menos evidentes,

como pueden ser las obras del karma, crecerá de forma natural. Cuando

buscamos consejo, vamos a alguien que consideramos capacitado para

ofrecernos esa guía. Cuanto más evidente nos resulta el buen juicio de ese

amigo sabio, más deseosos estamos de seguir sus consejos. Nuestro desarrollo

de lo que yo llamaría «fe sabia» en el consejo del Buda debería producirse de

forma parecida.

Creo que la fe profunda y verdadera requiere cierta experiencia, cierta

práctica previa. Existen dos tipos de experiencia: por un lado tenemos aquella

reservada a seres muy santos que poseen cualidades en apariencia

inalcanzables, y por otro las experiencias más mundanas que podemos

conseguir a través de nuestra vida cotidiana. Podemos desarrollar cierto

reconocimiento de la naturaleza transitoria de la vida, así como de la

capacidad destructora que subyace en las emociones aflictivas. Podemos

albergar un mayor sentimiento de compasión hacia los demás o más paciencia

cuando nos vemos obligados a hacer cola.

Estas experiencias tangibles comportan una sensación de plenitud y

alegría, y crece la fe en el proceso por el que llegamos a ellas. La fe en nuestro

maestro, la persona que nos conduce hacia ellas, también se hace más intensa,

al igual que nuestra convicción sobre su doctrina. Y de esas experiencias

tangibles podemos intuir que la práctica continuada podría conducirnos a

logros más extraordinarios, como los que inmortalizaron los santos en el

pasado.

Esa fe razonada, que va surgiendo de la práctica espiritual, también

ayuda a fortalecer nuestra confianza en esas obras del karma de las que el

Buda nos habla, lo que, a su vez, nos lleva a desistir de las acciones no

virtuosas que acabarían hundiendo nuestra vida en la desdicha. Por lo tanto,

resulta útil que en la meditación, aunque solo hayamos alcanzado un pequeño

avance en la comprensión del objeto que hemos estudiado, dediquemos

tiempo a reconocer nuestro avance y cómo se ha producido. Tales reflexiones

deberían formar parte de nuestra meditación, ya que contribuyen a fortalecer

la base de nuestra fe en las tres joyas del refugio

Buda, el dharma y el



sangha

a la vez que nos ayudan a progresar en nuestra práctica. Nos dan



valor para continuar.



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

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V

LAS AFLICCIONES



Hemos hablado ya de las emociones aflictivas y del perjuicio que

causan en nuestra práctica espiritual. Debo admitir que, aunque es natural

albergar emociones como la ira y el deseo, eso no significa que debamos

aceptarlas sin hacer nada con ellas. Soy consciente de que, en la psicología

occidental, suele animarse al individuo a expresar todo tipo de sentimientos y

emociones, incluso la ira. No hay duda de que muchas personas han sufrido

algún trauma en su pasado y que la supresión de las emociones asociadas a

esta experiencia puede dar lugar a prolongados problemas psicológicos. En

tales casos decimos en el Tíbet: «Cuando se bloquea la concha, la mejor forma

de conocer el contenido es penetrar de un golpe en su interior».

Dicho esto, siento que es importante que los practicantes espirituales

adopten cierta prevención contra emociones fuertes como la ira, la pasión y los

celos, y se dediquen a frenar su aparición. En lugar de dejarnos embargar por

esas potentes emociones, deberíamos esforzarnos por disminuir nuestra

tendencia a ellas. Si nos preguntamos si somos más felices enfadados o

serenos, la respuesta resulta evidente. Como ya dijimos anteriormente, el

estado mental confuso que resulta de las emociones aflictivas destruye

inmediatamente nuestro equilibrio interior haciéndonos sentir inquietos e

infelices. En nuestra búsqueda de la felicidad, nuestra meta principal debe ser

combatir estas emociones, algo que solo podremos lograr mediante un

esfuerzo deliberado y sostenido que implica un prolongado período de tiempo;

según los budistas, incluso varias vidas sucesivas.

Como ya hemos visto, las aflicciones mentales no desaparecen por sí

solas ni se desvanecen por sí mismas con el tiempo. Su final solo llega como

resultado de un esfuerzo consciente por detectarlas, disminuir su fuerza y en

última instancia eliminarlas por completo.

Si deseamos tener éxito en este empeño, debemos saber cómo

combatirlas. Comenzamos la práctica del dharma del Buda leyendo y

escuchando las palabras de maestros expertos. Es así como nos vamos

haciendo una idea clara del trance al que nos somete el círculo vicioso de la

vida y a la vez nos familiarizamos con los posibles métodos para trascenderlo.

Este estudio conduce a lo que se conoce como «comprensión derivada de la



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

39



escucha», base esencial de nuestra evolución espiritual. Entonces debemos

procesar la información que hemos estudiado hasta alcanzar una comprensión

profunda de ella: la «comprensión derivada de la contemplación». Una vez

llegados a la auténtica certeza del tema que nos incumbe, meditamos sobre él

hasta que este absorbe por completo nuestra mente. Eso nos lleva a un

conocimiento empírico que recibe el nombre de «comprensión derivada de la

meditación».

Estos tres niveles de comprensión resultan esenciales para realizar

cambios verdaderos en nuestras vidas. Con la comprensión derivada del

estudio nuestra convicción se vuelve más profunda y engendra una

aprehensión más plena durante la meditación. Si nos falla la comprensión

derivada del estudio y de la contemplación, tendremos dificultades en

familiarizarnos con el tema, ya sea la naturaleza tortuosa de nuestras

aflicciones o la sutileza que subyace en nuestro vacío, por muy intensa que sea

la meditación. Es un proceso similar al que se produce cuando nos obligan a

reunirnos con alguien a quien no deseamos ver. Es de gran importancia, por

tanto, enfatizar la necesidad de implementar estos tres estadios de práctica de

forma consecutiva.

Nuestro entorno también ejerce una gran influencia sobre nosotros.

Necesitamos un entorno tranquilo con el fin de acometer la práctica. Aún más

importante, dicha práctica requiere soledad, entendida como un estado mental

libre de distracciones, no simplemente cierta cantidad de tiempo a solas en un

lugar tranquilo.



Nuestro Enemigo más Destructivo



La práctica del dharma debería constituir un esfuerzo continuado por

alcanzar un estado más allá del sufrimiento. No se trata simplemente de una

actividad moral por la que evitamos todo lo negativo y nos comprometemos a

realizar lo positivo. El objetivo del dharma radica en trascender la situación en

que todos nos encontramos: somos víctimas de nuestras propias aflicciones

mentales, los enemigos de la paz y la serenidad. Estas aflicciones

el apego,



el odio, el orgullo, la avaricia, etc.

son estados mentales que provocan en



nosotros conductas que causan toda nuestra infelicidad y sufrimiento.

Mientras trabajamos para adquirir la paz interior y la felicidad resulta útil

pensar en ellos como demonios internos, ya que, como esos seres malignos,

están al acecho y no producen más que desdichas. El estado que se sitúa más



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

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allá de esos pensamientos y emociones negativos, y también más allá del

dolor, recibe el nombre de nirvana.

De entrada, resulta imposible combatir directamente estas poderosas

fuerzas negativas. Debemos enfocar la lucha de forma gradual. Lo primero es

aplicar la disciplina: refrenar la tendencia a dejarnos invadir por estas

emociones. Lo conseguimos adoptando un modo de vida éticamente

disciplinado, lo que, para un budista, significa evitar las diez acciones no

virtuosas. Dichas acciones, en las que caemos físicamente matando o robando;

verbalmente, mintiendo o criticando, y mentalmente, codiciando, son

expresiones de aflicciones mentales más profundas, tales como la ira, el odio y

el apego.

Cuando reflexionamos sobre ello, llegamos a advertir que las emociones

extremas como el apego

y en especial la ira y el odio son muy



destructivas cuando surgen en nosotros mismos y también cuando surgen en

los otros. Podría decirse que esas emociones constituyen las fuerzas

destructoras del universo; incluso podríamos dar un paso más y afirmar que la

mayor parte de los problemas que padecemos, que en definitiva creamos

nosotros, proceden en última instancia de esas emociones negativas. Hay

quien diría que, de hecho, todo sufrimiento es fruto de emociones negativas

como el apego, la avaricia, los celos, el orgullo, la ira y el odio.

Aunque al principio no somos capaces de arrancar directamente esas

emociones, al menos podemos dejar de actuar de acuerdo con ellas. A partir de

aquí desplazamos nuestros esfuerzos meditativos a equilibrar esas aflicciones

de la mente y a intensificar nuestra compasión. Para el último tramo del viaje

necesitamos arrancar de cuajo estas aflicciones, lo que implica, forzosamente,

ser conscientes del vacío.



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

41

VI

LO VASTO Y LO PROFUNDO:

DOS ASPECTOS DEL CAMINO



A lo largo de nuestro viaje espiritual en el budismo, hay dos aspectos

del camino que reflejan dos clases distintas de prácticas que debemos

acometer. Aunque el Buda enseñó las dos, la transmisión de esta idea ha ido

pasando siglo tras siglo de un profesor a otro dando lugar a dos líneas de

pensamiento separadas. Sin embargo, al igual que las dos alas de un pájaro,

ambas son necesarias para llevar a cabo ese viaje hacia la iluminación, ya sea

ese estado libre de sufrimiento o el estado de iluminación del buda, al que

aspiramos con el fin de beneficiar a todos los seres sintientes.

Hasta el momento, me he dedicado a describir «lo vasto». Esta práctica

es conocida a menudo como el aspecto del «método» y se refiere a la apertura

de nuestro corazón hacia la compasión y el amor, además de a otras

cualidades, como la generosidad y la paciencia, que surgen de un corazón

lleno de amor. En este caso, el entrenamiento supone el aumento de estas

cualidades virtuosas al mismo tiempo que disminuyen las tendencias no

virtuosas.

¿Qué significa abrir el corazón?. Antes que nada, debemos comprender

que hablamos del corazón en un sentido metafórico. En muchas culturas, la

percepción del corazón va más allá de considerarlo meramente el órgano

responsable de la circulación de la sangre: se cree que es la fuente de la

compasión, el amor, la piedad, la honradez y la intuición. En la filosofía

budista, sin embargo, ambos aspectos del camino suceden en la mente, pero,

irónicamente, se cree que la mente está localizada en el centro del pecho. Un

corazón abierto es una mente abierta. Por tanto, nuestra concepción del

corazón proporciona una herramienta útil, aunque temporal, para intentar

entender la distinción entre lo «vasto» y lo «profundo», los dos aspectos del

camino.

El otro aspecto de la práctica es el de la «sabiduría», también conocido

como lo «profundo». Nos encontramos pues en el reino de la cabeza, donde la

comprensión, el análisis y la percepción crítica son las nociones rectoras. En

este aspecto del camino, trabajamos para profundizar nuestra comprensión de



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

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la impermanencia, la naturaleza doliente de la existencia y nuestro estado

actual de egocentrismo. Desentrañar del todo cualquiera de estos temas podría

llevarnos muchas vidas. Sin embargo, es solo mediante el reconocimiento de

la naturaleza perecedera de las cosas que podemos superar nuestro apego a

ellas y a cualquier noción de permanencia. Cuando nos falta la comprensión

de la naturaleza sufriente de la existencia, aumenta el apego a la vida. Si

cultivamos nuestra comprensión de la naturaleza desdichada de la vida,

superaremos este apego.

En última instancia, todas nuestras dificultades surgen de una ilusión

básica. Creemos en la existencia inherente tanto de nosotros mismos como de

todos los demás fenómenos. Proyectamos, y luego nos aferramos, a la idea de

la naturaleza intrínseca de las cosas, una esencia que los fenómenos no poseen

en realidad. Cojamos por ejemplo una simple silla. Creemos, sin reconocer

plenamente ese convencimiento, que existe algo que podría llamarse silleza,

una cualidad de la silla que existe entre sus partes: las patas, el asiento y el

respaldo. De la misma forma, creemos que existe un «yo» continuo y esencial

que persiste bajo las partes mentales y físicas que nos conforman. Esta

cualidad esencial no existe en realidad, es una mera imputación.

Nuestro apego a esta existencia inherente obedece a una percepción

equivocada que debemos eliminar a través de las prácticas de la meditación

del camino de la sabiduría. ¿Por qué?. Porque es la raíz de toda nuestra

desdicha, se sitúa en el núcleo de todas nuestras emociones aflictivas.

Solo cultivando su antídoto directo, la sabiduría que nos hace

conscientes de la inexistencia de esta cualidad, podemos abandonar esa

ilusión. De nuevo, cultivamos esta sabiduría profunda como hemos cultivado

la humildad con el fin de arrancar el orgullo. Primero debemos familiarizarnos

con ese error que afecta a la percepción que tenemos de nosotros mismos y de

los demás fenómenos; solo entonces podremos cultivar una percepción

correcta. Al principio esta percepción será intelectual, como sucede en la

comprensión que uno alcanza a través del estudio o la escucha de enseñanzas.

Para profundizar esta percepción hacen falta las prácticas de la meditación

más sostenida que se describen en el capítulo XI, «La inmanencia serena», el

capítulo XII, «Los nueve estadios de la meditación de la inmanencia serena»,

y el capítulo XIII, «La sabiduría».

Es entonces cuando la percepción es capaz de influir verdaderamente en

la visión que tenemos de nosotros mismos y de las demás cosas. Solo siendo

conscientes de la no inherencia de nuestra naturaleza, podremos arrancar los



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

43



cimientos del apego a uno mismo, emoción que constituye la base de todo

sufrimiento.

Desarrollar la sabiduría constituye un proceso consistente en poner de

acuerdo nuestra mente con la realidad de las cosas. A través de este proceso

vamos eliminando gradualmente las percepciones incorrectas de la realidad,

que arrastramos desde el principio de los tiempos. No es una tarea fácil. La

mera comprensión del concepto de existencia inherente o intrínseca de las

cosas ya requiere grandes cantidades de estudio y contemplación. Reconocer

que las cosas no poseen una existencia inherente implica años de estudio y

meditación. Debemos empezar familiarizándonos con estas nociones, a las que

nos referiremos en este mismo libro en las páginas siguientes. Por el

momento, sin embargo, regresemos al aspecto del método con el fin de

explorar la idea de la compasión.



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

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VII

LA COMPASIÓN



¿Qué es la compasión?. La compasión es el deseo de que los demás

estén libres de sufrimiento. Gracias a ella aspiramos a alcanzar la iluminación;

es ella la que nos inspira a iniciarnos en las acciones virtuosas que conducen al

estado del buda, y por lo tanto debemos encaminar nuestros esfuerzos a su

desarrollo.



Empatía



Si deseamos tener un corazón compasivo, el primer paso consiste en

cultivar sentimientos de empatía o proximidad hacia los demás. También

debemos reconocer la gravedad de su desdicha. Cuanto más cerca estamos de

una persona, más insoportable nos resulta verla sufrir. Cuando hablo de

cercanía no me refiero a una proximidad meramente física, ni tampoco

emocional. Es un sentimiento de responsabilidad, de preocupación por esa

persona. Con el fin de desarrollar esta cercanía es necesario reflexionar sobre

las virtudes implícitas en la alegría por el bienestar de los otros. Debemos

llegar a ver la paz mental y la felicidad interna que se deriva de ello, al mismo

tiempo que reconocemos las carencias que provienen del egoísmo y

observamos cómo este nos induce a actuar de un modo poco virtuoso y cómo

nuestra fortuna actual se basa en la explotación de aquellos que son menos

afortunados.

También resulta vital reflexionar sobre la amabilidad de los otros,

conclusión a la que se llega asimismo gracias al cultivo de la empatía.

Debemos reconocer que nuestra fortuna depende realmente de la cooperación

y la contribución de los demás. Todos y cada uno de los aspectos de nuestro

actual bienestar son debidos a un duro trabajo por parte de otros. Si miramos a

nuestro alrededor y vemos los edificios en los que vivimos, las carreteras por

las que viajamos, las ropas que llevamos y los alimentos que comemos,

tenemos que reconocer que todo ello nos ha sido provisto por otros. Nada de

eso existiría si no fuera por la amabilidad de tanta gente a la que ni siquiera



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

45



conocemos. Contemplar el mundo desde esta perspectiva hace que crezca

nuestro aprecio hacia los otros, y con él la empatía y la intimidad con ellos.

Debemos trabajar para reconocer la dependencia que sufrimos de

aquellos por quienes sentimos compasión. Este reconocimiento les acerca aún

más a nosotros si cabe. Hace falta mantener la atención para ver a los demás a

través de lentes libres de egoísmo. Es importante que nos esforcemos por

distinguir el enorme impacto que los demás causan en nuestro bienestar.

Cuando nos resistamos a dejarnos llevar por una visión del mundo centrada en

nosotros mismos podremos sustituir esta visión por otra que incluya a todos

los seres vivos, pero no debemos esperar que este cambio de actitud se

produzca de forma repentina.



Reconocer el Sufrimiento de Otros



Tras el desarrollo de la empatía y la cercanía, el siguiente paso

importante para cultivar nuestra compasión consiste en penetrar en la

verdadera naturaleza del sufrimiento. Nuestra compasión por todos los seres

debe emanar del reconocimiento de su sufrimiento. Una característica muy

específica de la contemplación de ese sufrimiento es que tiende a ser más

poderosa y eficaz si nos concentramos en el dolor propio y luego ampliamos

el espectro hasta alcanzar el sufrimiento de los otros. Nuestra compasión por

ellos crece a medida que reconocemos su propio dolor.

Todos simpatizamos de forma espontánea con alguien que está pasando

por el sufrimiento evidente asociado a una dolorosa enfermedad o a la pérdida

de un ser querido. Es un tipo de sufrimiento que en el budismo recibe el

nombre de sufrimiento del sufrimiento.

Sin embargo, resulta más difícil sentir compasión por otro tipo de

sufrimiento

el sufrimiento del cambio, según los budistas , que en



términos convencionales consistiría en experiencias placenteras tales como

disfrutar de la fama ola riqueza. Se trata de otro tipo muy distinto de

sufrimiento. Cuando vemos que alguien alcanza el éxito mundano, en lugar de

sentir compasión porque sabemos que un día ese estado acabará y esa persona

deberá enfrentarse al disgusto asociado a toda pérdida, nuestra reacción más

habitual suele ser la admiración y a veces incluso la envidia. Si hubiéramos

llegado a comprender de verdad la naturaleza del sufrimiento, reconoceríamos

que esas experiencias de fama y riqueza son temporales y portadoras de un

placer fugaz que se esfumará y dejará al afectado sumido en el sufrimiento.



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

46



Existe también un tercer nivel de sufrimiento, aún más profundo y más

sutil, que experimentamos constantemente, como consecuencia del carácter

cíclico de nuestra existencia. El hecho de estar bajo el control de emociones y

pensamientos negativos está en la misma naturaleza de esa existencia;

mientras sigamos bajo su yugo, vivir es ya una forma de sufrimiento. Este

nivel de sufrimiento impregna todas nuestras vidas, condenándonos a girar

una y otra vez en círculos viciosos llenos de emociones negativas y acciones

no virtuosas. Sin embargo, esta forma de sufrimiento resulta difícil de

reconocer, pues no se trata del estado de desdicha evidente implícito en el

sufrimiento del sufrimiento, ni lo opuesto a la fortuna o al bienestar, como

apreciábamos en el sufrimiento del cambio. Este tercer tipo de sufrimiento, sin

embargo, alcanza un nivel más profundo y se extiende a todos los aspectos de

la vida.

Una vez hemos cultivado una profunda comprensión de los tres niveles

de sufrimiento en nuestra propia experiencia personal, resulta más fácil

desviar el foco de atención hacia los otros. Desde ahí podremos desarrollar el

deseo de verles libres de todo sufrimiento.

Cuando conseguimos combinar un sentimiento de empatía por los otros

con una profunda comprensión del dolor que sufren, llegamos a sentir una

verdadera compasión por ellos. Es algo en lo que debemos trabajar

continuamente. Podemos compararlo con el proceso de encender un fuego

frotando dos palos: sabemos que hay que mantener una fricción constante para

prender fuego a la madera. De la misma forma, cuando trabajamos en el

desarrollo de cualidades mentales como la compasión debemos aplicar las

técnicas mentales necesarias para provocar el ansiado efecto. Abordar esta

cuestión de modo fortuito no comporta ningún beneficio.



Amor-Bondad



Al igual que la compasión es el deseo de que todos los seres queden

libres de sufrimiento, el amor-bondad es el deseo de que todos disfruten de la

felicidad. Como en la compasión, el cultivo del amor-bondad debe comenzar

tomando a un individuo específico como centro de la meditación, y luego ir

extendiendo el alcance de nuestra preocupación hasta que este llegue a abrazar

a todos los seres vivos. De nuevo, debemos empezar eligiendo a una persona

neutral, a alguien que no nos inspire fuertes sentimientos, como objeto de

nuestra meditación; luego lo ampliaremos a personas que forman nuestro

círculo familiar o de amigos y, por último, a nuestros enemigos.



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

47



Debemos usar a un individuo real como centro de nuestra meditación, y

después volcar toda nuestra compasión y benevolencia en esta persona para

poder experimentar ambos sentimientos hacia otros. Hay que trabajar con una

persona en cada ocasión, ya que, de otro modo, la meditación adquiriría un

sentido muy general. Cuando relacionamos esta meditación específica con

individuos que no son de nuestro agrado, podríamos pensar: «Oh, es solo una

excepción».



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

48

VIII

MEDITAR SOBRE LA COMPASIÓN

Compasión y Vacío



En última instancia, la compasión que debemos poseer es la que se

deriva de nuestra penetración en el vacío, la naturaleza esencial de la realidad,

el punto de unión entre lo vasto y lo profundo. Esta naturaleza esencial, como

ya explicábamos en el capítulo VI, «Lo vasto y lo profundo», es la ausencia de

existencia inherente en todos los aspectos de la realidad, la carencia de

identidad intrínseca de cualquier fenómeno. Atribuimos esta cualidad de

existencia inherente a nuestra mente y a nuestro cuerpo, y después percibimos

este estatus objetivo, el yo. Este potente sentimiento referido a uno mismo se

aferra a la naturaleza inherente de otros fenómenos, especialmente de aquellos

objetos que nos gustan y queremos poseer. La ira o la infelicidad son el

resultado indirecto de esa cosificación y de ese deseo de posesión cuando se

nos niega lo que se ha convertido en objeto de nuestro anhelo, ya sea un coche

o un ordenador nuevo. La cosificación no es nada más que conceder a esos

objetos una realidad que no poseen.

Cuando la compasión se une a esta comprensión de cómo todo nuestro

sufrimiento se deriva de un malentendido con la naturaleza de la realidad, ya

hemos dado un paso más en nuestro viaje espiritual. Reconocer como base del

infortunio esta percepción errónea, ese apego equivocado a un yo no existente,

implica ver que ese sufrimiento puede ser eliminado. Una vez corregida la

percepción, el sufrimiento ya no volverá a molestarnos.

Ser conscientes de que el sufrimiento de la gente es evitable y puede

superarse comporta el desarrollo de una compasión aún más profunda por los

otros. Sin embargo, aunque nuestra compasión puede ser fuerte, es probable

que tenga también unas pinceladas de desesperanza, incluso de desesperación.



Como Meditar Sobre la Compasión y la Bondad



Si nos mueve el sincero deseo de desarrollar la compasión es preciso

que dediquemos más tiempo a ello del que requieren las sesiones de



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

49



meditación habituales. Es un objetivo al que debemos comprometernos con

todo nuestro corazón. Si disponemos de un período de tiempo diario para

sentarnos y dedicarnos a la contemplación, perfecto. Como ya he sugerido, las

primeras horas de la mañana son ideales para ello, ya que en esos momentos

nuestras mentes se encuentran especialmente claras. Sin embargo, la

compasión requiere una dedicación mayor. Durante las sesiones más formales

podemos, por ejemplo, trabajar en la empatía y la proximidad hacia otros,

reflexionar sobre su desdichada situación. Una vez hemos generado un

genuino sentimiento de compasión en nosotros mismos, debemos aferrarnos a

él, limitándonos a observarlo, utilizando la meditación contemplativa que he

descrito para mantenernos centrados en ello, sin aplicarle ningún

razonamiento. Esto ayuda a enraizar esta actitud; cuando el sentimiento

comienza a debilitarse, aplicamos de nuevo razones que vuelvan a estimular

nuestra compasión. Nos movemos entre ambos métodos de meditación, al

igual que los alfareros trabajan la arcilla, primero humedeciéndola para luego

darle la forma que necesitan.

Normalmente es mejor no dedicar mucho tiempo al principio a la

meditación formal. En una noche no generaremos compasión por todos los

seres vivos, ni tampoco en un mes o en un año. Solo con ser capaces de

reducir el alcance de nuestros instintos egoístas y desarrollar un poco más de

inquietud por los otros antes de morir, ya podremos decir que hemos

aprovechado esta vida. En cambio, si nos empeñamos en conseguir el estado

del buda en poco tiempo, pronto nos cansaremos. La mera visión del lugar

donde nos sentamos para meditar estimulará nuestra resistencia.



La Gran Compasión



Se dice que el estado del buda puede alcanzarse en una sola vida. Solo

practicantes extraordinarios que han dedicado muchas vidas anteriores a

prepararse para esta oportunidad pueden conseguirlo. Solo podemos sentir

admiración por esos seres y tenerlos como ejemplo para desarrollar la

perseverancia en lugar de situarnos en posiciones extremas. La mejor actitud

se halla a medio camino entre el letargo y el fanatismo.

Deberíamos asegurarnos de que la meditación ejerce algún efecto o

influencia sobre nuestras acciones cotidianas. Gracias a ello todo lo que

hacemos fuera de las sesiones formales de meditación se convierte en parte de

nuestro entrenamiento de la compasión. No nos resulta difícil simpatizar con

un niño que está en el hospital o con un amigo que llora la muerte de su



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

50



pareja. Debemos empezar a considerar cómo mantener el corazón abierto

hacia aquellos a los que normalmente envidiaríamos, aquellos que disfrutan de

riqueza y de un excelente nivel de vida. Solo mediante la profundización en el

concepto de sufrimiento obtenida durante las sesiones de meditación somos

capaces de relacionarnos con esas personas con compasión. En realidad,

deberíamos entablar este tipo de relación con todos los seres, advirtiendo que

su situación siempre depende de las condiciones del círculo vicioso de la vida.

En este sentido toda interacción con los demás actúa como catalizador en el

desarrollo de nuestra compasión. Es así como mantenemos los corazones

abiertos en la vida diaria, fuera de los períodos formales de meditación.

La verdadera compasión posee la intensidad y la espontaneidad de una

madre cariñosa que sufre por su bebé enfermo. A lo largo del día, todos los

actos y pensamientos de la madre giran en torno a su preocupación por el

niño. Esta es la actitud que deseamos cultivar hacia todo ser. Cuando la

experimentemos, habremos alcanzado ya la «gran compasión».

Cuando alguien consigue sentir esa gran compasión y la bondad que la

acompaña, cuando su corazón se agita en pensamientos altruistas, puede

emprender la tarea de liberar a todos los seres del sufrimiento que soportan en

su existencia cíclica, el círculo vicioso de nacimiento, muerte y renacimiento

del que todos somos prisioneros. El sufrimiento no se limita a nuestra

situación actual. De acuerdo con el enfoque budista, nuestra situación actual

como humanos es relativamente cómoda. Sin embargo, si echamos a perder

esta oportunidad, nos arriesgamos a experimentar muchas dificultades en el

futuro. La compasión nos permite evitar el pensamiento egocéntrico.

Experimentamos una gran alegría y nunca caemos en el extremo de buscar

solo nuestra felicidad o salvación personales. Luchamos a todas horas para

desarrollar y perfeccionar nuestra virtud y nuestra sabiduría. Con ese nivel de

compasión, llegaremos a poseer todas las condiciones necesarias para alcanzar

la iluminación. Por lo tanto, la compasión debe ser nuestro objetivo desde el

inicio del viaje espiritual.

Hasta el momento, hemos tratado de las prácticas que nos permiten

frenar las conductas poco íntegras. Hemos discutido cómo trabaja la mente y

cómo debemos trabajar en ella de la misma forma en que lo haríamos sobre un

objeto material, aplicando ciertas acciones con el fin de provocar los

resultados deseados. Reconocemos que el proceso de abrir nuestro corazón no

es diferente. No hay ninguna receta mágica que haga brotar la compasión o la

bondad: hay que dar forma a nuestra mente de manera hábil, y con paciencia y



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

51



perseverancia veremos cómo crece nuestra preocupación por el bienestar de

los otros.



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

52

IX

CULTIVAR LA ECUANIMIDAD



Para sentir auténtica compasión por todos los seres vivos es

imprescindible eliminar toda parcialidad en nuestra actitud hacia ellos.

Nuestra percepción habitual de los otros está dominada por emociones

fluctuantes y discriminatorias. Sentimos una sensación de proximidad hacia

quien amamos y de distancia hacia extraños o simples conocidos. Y, hacia

aquellos individuos a los que percibimos como hostiles, poco amistosos o

fríos, experimentamos sentimientos de aversión o reserva. El criterio para

clasificar a la gente en categorías de amigos o enemigos parece evidente: si

una persona ha sido amable con nosotros o está en nuestro círculo íntimo, la

consideramos un amigo; si alguien nos ha hecho daño, cae en el grupo de los

enemigos. Junto con el amor que sentimos hacia nuestros amigos existen otras

emociones, como el apego o el deseo, que inspiran una apasionada intimidad.

De la misma forma, vemos a aquellos que nos disgustan filtrados por

emociones negativas, tales como la ira o el odio. En consecuencia, nuestra

compasión por los otros queda limitada, es parcial, llena de prejuicios,

condicionada por si nos sentimos o no cerca de ellos.

La compasión genuina debe ser incondicional. Debemos cultivar la

ecuanimidad con el fin de trascender todo sentimiento de discriminación o

parcialidad. Una forma de cultivar la ecuanimidad es reflexionar sobre la

incertidumbre de la amistad. Primero debemos tener en cuenta que no hay

ninguna seguridad de que nuestro mejor amigo de hoy siga siéndolo para

siempre. Por tanto, también podríamos imaginar que nuestro disgusto hacia

alguien no tiene por qué ser eterno. Tales reflexiones diluyen los fuertes

sentimientos de parcialidad, reduciendo la sensación de inmutabilidad de

nuestros afectos.

También podemos reflexionar sobre las consecuencias negativas de

nuestro apego a los amigos y nuestra hostilidad hacia los enemigos. Los

sentimientos que albergamos por un amigo o un ser querido a veces nos

ciegan ante ciertos aspectos de esa persona. Proyectamos sobre ella un deseo

sin matices, confiriendo a sus juicios una infalibilidad absoluta; más adelante,

quedamos atónitos al percibir algo que no se ajusta a nuestras proyecciones.

Pasamos del amor y el deseo al extremo opuesto: la decepción, la repulsión y,



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

53



a veces, incluso la ira. Es decir, la sensación de satisfacción interna que se

deriva de la amistad o del amor puede desembocar en sentimientos de

frustración u odio. Aunque esas emociones fuertes, como también el amor

romántico o el odio profundo, pueden parecer profundamente atractivas, el

placer que desprenden es fugaz. Desde un enfoque budista, es mejor tratar de

evitarlas.

¿Cuáles son las repercusiones de caer en las redes de una intensa

aversión hacia alguien?. La palabra tibetana que designa el odio, shedang,

sugiere una hostilidad que emana de las profundidades del corazón. Existe

cierta irracionalidad en responder de forma hostil a la injusticia o el dolor. El

odio no causa el menor efecto físico sobre nuestros enemigos, ni les hace

ningún daño. Es más, somos nosotros quienes sufrimos las terribles

consecuencias de esa abrumadora amargura. Nos devora por dentro. Por culpa

de la ira empezamos a perder el apetito, pasamos las noches en vela dando

vueltas en la cama. Nos afecta profundamente, mientras nuestros enemigos

siguen adelante, absolutamente ignorantes del estado al que hemos quedado

reducidos.

Libres del odio o de la ira, nuestra respuesta a las acciones cometidas

contra nosotros es mucho más efectiva. Si enfocamos las cosas con la cabeza

fría, vemos el problema de forma más clara y decidimos cuál es la mejor

manera de abordarlo. Por ejemplo, cuando un niño hace algo que podría ser

peligroso para sí mismo o para otros, como por ejemplo jugar con cerillas,

podemos reprenderle. Es probable que una reacción directa e inmediata dé en

la diana: el niño no responderá a la ira, sino al mensaje de urgencia y

preocupación implícito en nuestro tono de voz.

Es así como llegamos a ver que nuestro verdadero enemigo está en

realidad dentro de nosotros. Es nuestro egoísmo, nuestro apego y nuestra ira lo

que nos hace daño. La capacidad que percibimos en el enemigo de infligirnos

dolor es muy limitada. Si alguien nos desafía y podemos dominar la disciplina

interna para resistir el reto es posible que sus acciones no nos molesten,

independientemente de lo que esa persona haya hecho. Por otro lado, cuando

se desencadenan emociones poderosas, tales como la ira extrema, el odio o el

deseo, nuestra mente se ve agitada desde el preciso momento en que siente su

efecto: eliminan nuestra paz mental y dejan la puerta abierta para que la

infelicidad y el sufrimiento deshagan el trabajo de nuestra práctica espiritual.

A medida que trabajamos en el desarrollo de la ecuanimidad llegamos a

considerar que los conceptos de «enemigo» y «amigo» son variables y

dependen de muchos factores. Nadie nace siendo nuestro amigo o nuestro



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

54



enemigo, ni siquiera tenemos la garantía de que nuestros parientes serán

también amigos nuestros. Ambos conceptos se definen en función de cómo se

comporta la gente con nosotros: a aquellos que creemos que sienten afecto por

nosotros, que nos cuidan y nos quieren, les consideramos habitualmente

amigos; aquellos en quienes intuimos aviesas intenciones son vistos como

enemigos. Por lo tanto, si la decisión de su amistad o enemistad se basa en la

percepción que tenemos de los pensamientos y emociones que albergan hacia

nosotros, nadie es esencialmente amigo o esencialmente enemigo.

A menudo confundimos las acciones cometidas por una persona con la

persona en sí. Este hábito nos lleva a la conclusión de que una persona es

nuestra enemiga debido a un acto o una afirmación realizada por ella. Y, sin

embargo, las personas son neutras: no son amigos ni enemigos, ni budistas ni

cristianos, ni chinos ni tibetanos. Como resultado de las circunstancias, la

persona que tenemos delante podría cambiar y pasar a ser nuestro mejor

amigo. No hay nada inconcebible en este pensamiento: «Oh, antes me caías

tan mal y en cambio ahora somos tan buenos amigos...».

Otra forma de cultivar la ecuanimidad y trascender los sentimientos de

parcialidad y discriminación consiste en reflexionar en la exacta aspiración

que todos compartimos de encontrar la felicidad y superar el sufrimiento,

unida al sentimiento de tener el derecho de verla satisfecha. ¿Cómo

justificamos ese derecho?. Muy fácil, forma parte de nuestra naturaleza

fundamental. No soy único; no tengo ningún privilegio especial. Tú no eres

único, ni disfrutas de privilegios especiales. Mi aspiración a ser feliz y superar

el sufrimiento es parte de mi naturaleza esencial, de la misma forma que lo es

de la tuya. Si eso es así, esta naturaleza esencial nos concede a todos por igual

el derecho a ser felices y evitar el sufrimiento. Es basándonos en esta igualdad

como logramos desarrollar la verdadera ecuanimidad. En nuestra meditación

debemos trabajar para cultivar la actitud de que «al igual que yo albergo el

deseo de ser feliz y superar el sufrimiento, lo mismo sienten los otros; y al

igual que yo tengo derecho a realizar esta aspiración, también la tienen los

otros». Deberíamos repetir este pensamiento mientras meditamos y a medida

que avanzamos en la vida, hasta que quede fuertemente enraizado en nuestra

conciencia.

Una última consideración. Nuestro bienestar como seres humanos

depende en gran medida del de los otros; de hecho, la mera supervivencia

requiere las aportaciones de muchos otros seres. Nuestro nacimiento depende

de unos padres, y necesitamos de sus cuidados y de su afecto durante muchos

años más; la salud, la morada, el sostén económico, incluso la fama y el éxito,



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

55



son fruto de la contribución de muchos seres humanos. Ya sea de manera

directa o indirecta, son innumerables los seres involucrados en nuestra vida y,

obviamente, en la aspiración legítima que la lleva a avanzar: la búsqueda de la

felicidad.

Si proseguimos con esta línea de razonamiento y la llevamos más allá

de los confines de una sola existencia podemos imaginar que a través de

nuestras vidas previas

de hecho desde tiempos inmemoriales muchas



otras personas han realizado incontables contribuciones a nuestro bienestar. La

conclusión sería: «¿En qué me baso para discriminar?. ¿Cómo puedo

mostrarme cerca de unos y hostil con otros?. Debo elevarme por encima de

todo sentimiento de parcialidad y discriminación. ¡Debo ser beneficioso para

todos por igual!».



Meditación Sobre la Ecuanimidad



¿Cómo entrenamos la mente para percibir la igualdad esencial de todo

ser vivo?. Es mejor cultivar el sentimiento de igualdad concentrándonos

primero en los extraños y conocidos, aquellos por los que no albergamos

sentimientos fuertes en un sentido u otro. Desde ahí deberíamos meditar

imparcialmente, avanzando hacia los amigos y luego hacia los enemigos. Tras

conseguir una actitud imparcial hacia todos los seres sintientes, deberíamos

meditar sobre el amor y sobre el deseo de que todos alcancen la felicidad que

buscan.

La semilla de la compasión crecerá si la plantamos en un suelo fértil,

una conciencia regada con amor. Una vez la mente reciba el agua del amor,

podemos comenzar a meditar sobre la compasión. La compasión,

recordémoslo, no es más que el deseo de que todo ser sintiente esté libre de

sufrimiento.



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

56

X

LA BODHICITTA



Hemos hablado mucho de la compasión y la ecuanimidad, y de lo que

significa cultivar estas cualidades en nuestra vida cotidiana. Cuando ya hemos

desarrollado la compasión hasta el punto de que nos sentimos responsables de

todos los seres estamos motivados para perfeccionar la capacidad de servirles.

Los budistas llaman bodhicitta a la aspiración de alcanzar tal estado, y alguien

que ya se halla en él es un bodhisattva. Existen dos métodos para conseguir

esta actitud. Uno, llamado el método séptuplo de causa y efecto, se apoya en

ver a todos los seres como si hubieran sido nuestra madre en el pasado; en el

otro, que consiste en cambiar el yo por los otros, vemos a los demás como si

fuéramos nosotros mismos. Ambos son considerados prácticas derivadas de un

camino más amplio.



El Método Séptuplo de Causa y Efecto



A lo largo de nuestros continuos renacimientos resulta evidente que

hemos necesitado muchas madres que nos alumbren. Debería señalar que no

limitamos los nacimientos a los que han tenido lugar en el planeta Tierra. De

acuerdo con el budismo, llevamos atravesando el ciclo de vidas y muertes

desde mucho antes de que este planeta existiera. Nuestras vidas pasadas son

por tanto infinitas, al igual que lo son los seres que nos han dado a luz. Así

pues, la primera causa que provoca la bodhicitta es el reconocimiento de que

todos los seres han sido nuestra madre.

Resulta difícil devolver en una vida el amor y la bondad mostrados por

una madre, tantas noches sin dormir para cuidarnos cuando éramos niños

indefensos. Nos alimentó, y lo habría sacrificado todo, incluso su propia vida,

para salvar la nuestra. Cuando observamos ese ejemplo de amor incondicional

deberíamos considerar que todos y cada uno de los seres de este mundo nos

han tratado así. Cada perro, gato, pez, mosca y ser humano han sido nuestra

madre en algún punto de ese remoto pasado y nos ha ofrecido esas

abrumadoras muestras de amor. Ese pensamiento despierta nuestro aprecio: la

segunda causa de la bodhicitta.



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

57



Al contemplar la condición actual de todos estos seres, empezamos a

desarrollar el deseo de ayudarles a cambiar su suerte. Esta es la tercera causa,

de la cual procede la cuarta: un sentimiento de amor que afecta a todos los

seres. Consiste en una atracción hacia todos los seres, parecida al sentimiento

que embarga a un niño al ver a su madre. Esto nos lleva a la compasión, la

quinta causa de la bodhicitta. La compasión es un deseo de separar a esos

seres dolientes, nuestras madres en el pasado, de su desdichada situación. En

este punto experimentamos el amor-bondad, el deseo de que todos encuentren

la felicidad. A medida que progresamos por estos estadios, pasamos del mero

deseo de que todo ser sintiente encuentre la felicidad y se libre del sufrimiento

a asumir la responsabilidad personal de ayudarles a penetrar en ese estado y

dejar atrás la desdicha. Esta es la causa final. El examen de cómo ayudar

mejor a los demás nos lleva directamente al estado omnisciente y plenamente

iluminado del buda.

La cuestión implícita en este método es esencial al budismo mahayana:

si todos los seres vivos que han sido buenos con nosotros desde el principio de

los tiempos están sufriendo, ¿Cómo podemos dedicarnos a buscar únicamente

nuestra felicidad?. Perseguir la felicidad de uno a pesar del sufrimiento de los

otros es una desgracia trágica. Por tanto, está claro que debemos intentar

liberar a todos los seres sintientes del sufrimiento. Este método nos ayuda a

cultivar ese deseo.



Cambiar el Yo por los Otros



El otro método que te permite llegar a la bodhicitta, la aspiración de

alcanzar la iluminación para así salvar a todos los seres sintientes, consiste en

cambiar el yo por los otros. En este método trabajamos en reconocer cómo

dependemos de los demás en todo lo que tenemos. Contemplamos cómo los

hogares en los que vivimos, la ropa que llevamos, las carreteras por las que

conducimos, han sido creados gracias al duro esfuerzo de muchos. Se ha

invertido tanto trabajo para proporcionarnos la camisa que vestimos, desde

plantar el algodón hasta fabricar la tela y coser los adornos. La rebanada de

pan que nos llevamos a la boca ha sido horneada por alguien; antes, otro tuvo

que plantar el grano que, tras ser fertilizado y cosechado, se convirtió en

harina, la cual, una vez amasada, fue metida en el horno. Sería imposible

contar a todas las personas que han participado en la producción de una simple

rebanada de pan. En muchos casos las máquinas se encargan de la mayor parte

del trabajo; sin embargo, también ellas han tenido que ser inventadas y



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

58



fabricadas, y requieren supervisión. Incluso nuestras virtudes más personales,

tales como la paciencia y la ética, se desarrollan en función de los otros.

Podemos llegar a percibir que aquellos que nos causan problemas nos

proporcionan la ocasión de desarrollar la tolerancia. A través de esta línea de

pensamiento llegamos a reconocer cómo dependemos de los otros para

conseguir todo aquello de que disfrutamos en la vida. Debemos trabajar para

desarrollar este reconocimiento cuando nos sumergimos en la vida después de

la sesión de meditación matinal. Existen tantos ejemplos que muestran hasta

qué punto dependemos del prójimo: a medida que lo reconocemos crece

nuestro sentido de responsabilidad hacia los demás, de la misma forma que

crece nuestro deseo de devolverles con creces su amabilidad.

También observamos cómo, debido a las leyes del karma, las acciones

motivadas por el egoísmo nos han conducido hasta las dificultades a que nos

enfrentamos en la vida diaria. Cuando valoramos la situación en que nos

hallamos inmersos descubrimos el absurdo que envuelve esas acciones

destinadas solo a satisfacer nuestro egoísmo y cómo las acciones altruistas,

pensadas para ayudar a los demás, son la única opción lógica. De nuevo, esto

nos conduce a la más noble de las acciones: comprometernos en el proceso de

alcanzar el estado del buda con el fin de ayudar a todos los seres.

Cuando trabajamos con la técnica de cambiar el yo por los otros, no

debemos olvidar el desarrollo de la paciencia, ya que su carencia supone uno

de los principales problemas a la hora de sentir compasión y generar la

bodhicitta.

Sea cual sea el método que empleemos para desarrollar la bodhicitta

deberíamos ser fieles a él y cultivar esta elevadísima aspiración diariamente, y

no solo durante la sesión formal de meditación. Debemos trabajar con

diligencia para que disminuyan nuestros instintos egoístas y reemplazarlos por

otros más elevados contenidos en la bodhicitta ideal. Es de vital importancia

que empecemos labrando un fuerte sentido de la ecuanimidad, la actitud de

simpatía imparcial hacia todos los seres. Perseverar en ciertas inclinaciones

dificulta enormemente nuestras virtuosas aspiraciones, ya que nos lleva a

favorecer a aquellos de quienes nos sentimos más cerca.

En ese empeño de cultivar la aspiración superior de la bodhicitta,

muchos obstáculos saldrán a la luz: sentimientos internos de apego u

hostilidad se alzan con el fin de frenar nuestros esfuerzos. Nos vemos

arrastrados por viejos hábitos inútiles, ver la televisión o frecuentar la

compañía de amigos que nos separan del noble objetivo al que ahora vivimos

dedicados. Las técnicas de meditación descritas en este libro nos ayudarán a



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

59



sobreponernos a esas tendencias y emociones. Estos son los pasos que hay que

dar. Primero, debemos reconocer nuestras emociones aflictivas y los malos

hábitos como prueba de nuestro continuo estado de apego, teniendo en cuenta,

una vez más, su naturaleza dañina. En segundo lugar, debemos aplicar los

antídotos apropiados y tomar la firme determinación de no dejarnos llevar por

ellos de nuevo. Nuestro objetivo debe ser centrarnos en nuestro compromiso

con todos los seres sintientes.

Hemos explorado la forma de abrir nuestros corazones. La compasión

se halla en la auténtica esencia de un corazón abierto y jamás debemos dejar

de cultivarla a lo largo del viaje. La ecuanimidad elimina nuestros prejuicios y

permite que nuestro altruismo alcance a todos los seres vivos. La bodhicitta no

es más que el compromiso de ayudarles. Ahora aprenderemos los métodos que

desarrollan la concentración necesaria para cultivar el otro aspecto de nuestra

práctica, la sabiduría.



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

60

XI

LA INMANENCIA SERENA



La inmanencia serena, o concentración en un punto único, es una forma

de meditación que se da siempre que elegimos un objeto y fijamos nuestra

mente en él. Este grado de concentración no se consigue de una sentada. Poco

a poco, iremos viendo cómo aumenta el poder de concentración de nuestra

mente. La inmanencia serena es el estado de sosiego en que la mente es capaz

de seguir concentrada en un objeto mental durante tanto tiempo como

deseemos, con una calma exenta de toda distracción.

En esta práctica, como en todas las demás, la motivación es de nuevo el

factor fundamental. La habilidad para concentrarse en un único objeto puede

usarse con finalidades diversas. Su dominio es una pura cuestión de práctica, y

es la motivación la que determina el resultado. Obviamente, como practicantes

espirituales, estamos interesados en motivos virtuosos que persiguen un fin

igualmente dotado de virtud. Analicemos, pues, los aspectos técnicos de esta

práctica.

La inmanencia serena es practicada por miembros de muchos cultos

distintos. Un meditador da inicio al proceso de entrenar su mente mediante la

elección de un objeto de meditación. Un practicante cristiano puede optar por

la cruz o la Virgen María como único referente de motivación. Debe de

resultar más difícil para un practicante musulmán debido a la carencia de

imaginería religiosa propugnada por el islam, pero podría elegir su propia fe

en Alá, ya que el objeto de meditación no tiene por qué ser un ente material.

Por tanto, uno puede mantener la concentración en una profunda fe en Dios. O

en la ciudad santa de La Meca. Los textos budistas toman a menudo la imagen

del Buda Shakyamuni como ejemplo de objeto de concentración. Uno de los

beneficios de ello es que permite tomar conciencia de cómo crecen las grandes

cualidades de un buda, al mismo tiempo que crece la apreciación de su

bondad. El resultado es un sentimiento de mayor proximidad al Buda.

La imagen del Buda en la que nos concentramos para la meditación no

debería ser un cuadro o una estatuilla. Aunque se puede usar una imagen

tridimensional para familiarizarnos con la forma y proporciones del Buda, es

la imagen mental de ese Buda la que tiene que servirnos de objeto de

concentración. Es en la mente donde debería conjurarse la visualización del



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

61



Buda. Una vez ha sucedido esto, el proceso de inmanencia serena puede

comenzar.

El Buda visualizado no debería estar demasiado lejos ni demasiado

cerca. Lo correcto es imaginarlo a unos cinco metros delante de nosotros, a la

altura de nuestras cejas, con un tamaño no mayor de quince centímetros.

Resulta muy útil visualizar una imagen pequeña dotada de un intenso brillo,

como si estuviera hecha de luz. Esto nos ayudará a evitar la somnolencia o la

pereza mental. Por otro lado, también debemos conferir a esa imagen un peso.

Atribuir cierto peso a la imagen resulta útil para evitar la tendencia natural de

la mente a la inquietud.

Cualquiera que sea el objeto de meditación elegido, la concentración

debe poseer dos cualidades: estabilidad y claridad. El enemigo natural de la

estabilidad es la excitación, la dispersión, uno de los aspectos del apego. La

mente se distrae a menudo con pensamientos asociados a objetos que

deseamos, lo que dificulta el desarrollo de la estabilidad necesaria para

permanecer verdadera y serenamente concentrados en el objeto elegido. La

claridad, por otro lado, se ve a menudo desafiada por la lasitud mental,

tendente a ralentizar el funcionamiento de la mente.

Desarrollar la calma duradera implica dedicar un prolongado esfuerzo,

hasta dominar el proceso por completo. Se dice que es esencial disponer de un

entorno tranquilo y de amigos que nos ayuden. Debemos dejar a un lado las

preocupaciones mundanas

familia, negocios o relaciones sociales y



dedicarnos exclusivamente a desarrollar esta capacidad de concentración. Al

principio, es mejor plantearse muchas sesiones de meditación de escasa

duración durante el curso del día: de diez a veinte sesiones de entre quince y

veinte minutos. A medida que se desarrolla la capacidad de concentración,

podremos ir alargando las sesiones y reducir su frecuencia. Debemos

sentarnos en una posición de meditación formal, con la espalda recta. Si se

persiste con diligencia en esta práctica es posible llegar a la calma duradera en

unos seis meses.

Un meditador debe aprender a aplicar antídotos a los obstáculos que se

le presenten. Cuando la mente parece excitarse y empieza a fijarse en algún

recuerdo agradable o alguna obligación inmediata, hay que detenerla y

devolver su atención al objeto elegido. Al principio, resulta difícil desarrollar

la calma duradera, ya que mantener la mente concentrada en el objeto durante

más de un momento ya supone un esfuerzo insoportable. La conciencia sirve

para redirigir la mente, devolviéndola una y otra vez a su objeto. Una vez



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

62



centrada la mente, la conciencia la mantiene allí, sin permitir que varíe su foco

de atención.

La introspección asegura que la concentración se mantenga estable y

clara. Mediante la introspección somos capaces de detener la mente cuando

esta se dispersa o excita. A veces, las personas muy enérgicas se muestran

incapaces de mirar a su interlocutor a los ojos mientras hablan: no paran de

dirigir la mirada a un lado y a otro. Con la mente dispersa sucede algo

parecido: no puede fijar la atención debido al nerviosismo. La introspección

nos permite concentrarnos en el interior y tranquilizar un poco la mente,

disminuyendo así la excitación mental. Eso restablece la estabilidad.

La introspección también descubre cuándo la mente cae en la lasitud o

el letargo, empujándola de vuelta al objeto en que debe concentrarse. Eso

supone un problema para aquellos que son apáticos por naturaleza: su

meditación pasa a ser demasiado relajada, carente de vitalidad. La

introspección vigilante permite elevar la mente mediante pensamientos

alegres, aumentando así la claridad y la agudeza mental.

A medida que empezamos a cultivar la calma duradera, resulta evidente

que mantener la atención en el objeto elegido, aunque solo sea durante un

breve período de tiempo, es ya todo un desafío. No hay que desanimarse: se

trata de un signo positivo ya que, al menos, hemos caído en la cuenta de la

actividad extrema que agita la mente. Si perseveramos en la práctica y

aplicamos con eficacia la concienciación y la introspección, podremos

prolongar la duración de esa difícil concentración manteniendo a la vez la

alerta, la vitalidad y la vibración del pensamiento.

Existen muchos tipos de objetos, materiales y conceptuales, que pueden

usarse para desarrollar la concentración. Se puede cultivar la calma duradera

tomando la conciencia en sí misma como centro de la meditación. No

obstante, resulta difícil tener un concepto claro de lo que es la conciencia, ya

que su comprensión no puede proceder de una descripción meramente verbal.

La comprensión genuina de la naturaleza de la mente debe venir de la

experiencia.

¿Cómo cultivar esta comprensión?. Primero, debemos prestar atención a

los pensamientos y emociones experimentados, a la forma en que la

conciencia surge en nosotros, a la forma como trabaja la mente. Normalmente

experimentamos todo esto cuando interactuamos con el mundo externo: con

nuestros recuerdos o proyecciones de futuro. ¿Estás irritable por las mañanas?.

¿Cansado por las tardes?. ¿Marcado por el fracaso de una relación?.

¿Preocupado por la salud de tu hijo?. Deja todo esto a un lado. La verdadera



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

63



naturaleza de la mente, una clara experiencia de nuestro conocimiento, queda

ensombrecida en la vida cotidiana. Cuando meditamos sobre la mente,

debemos tratar de concentrarnos en el presente, evitando la intrusión de

experiencias pasadas en esa reflexión. La mente no debería dirigirse al pasado,

ni dejar que le influyan temores o esperanzas relacionados con el futuro. Una

vez prevenida la aparición de tales pensamientos lo que queda es el intervalo

entre los recuerdos de experiencias del pasado y las previsiones o

proyecciones de futuro. Este intervalo es un espacio vacío, y es en él donde

debemos concentrarnos.

Inicialmente, la experiencia de este espacio es solo fugaz. Sin embargo,

con la práctica, se va prolongando. Al hacerlo se aclaran los pensamientos que

obstruyen la expresión de la naturaleza real de la mente. De forma gradual, el

conocimiento puro empieza a ver la luz, haciendo cada vez mayor ese

intervalo, hasta que resulta posible saber qué es la conciencia. Es importante

comprender que la experiencia de este intervalo mental

la conciencia vacía



de todo proceso de pensamiento

no es una especie de lienzo en blanco. No



es lo que se experimenta durante el sueño profundo o cuando se es víctima de

un desmayo.

Al principio de la meditación, debería decirse a sí mismo: «No voy a

permitir que me distraigan pensamientos de futuro, anticipaciones, esperanzas,

o temores, ni dejaré que la mente vague hacia los recuerdos del pasado.

Permaneceré concentrado en este momento presente». Una vez cultivado ese

deseo, tomaremos como objeto de meditación el espacio entre pasado y futuro,

limitándonos a mantener la conciencia de él, libre de todo proceso de

pensamiento conceptual.



Los Dos Niveles de la Mente



La mente tiene dos niveles por naturaleza. El primero es la clara

experiencia de conocimiento que acabamos de describir. La segunda y última

naturaleza de la mente se experimenta con la constatación de la ausencia de

existencia inherente en la mente. Con el fin de desarrollar la concentración en

la naturaleza última de la mente, debemos empezar por tomar el primer nivel




la clara experiencia de conocimiento como centro de la meditación. Una



vez alcanzado, se puede pasar a contemplar la falta de existencia inherente de

la mente. Lo que aparece en la mente es en realidad el vacío o la falta de toda

existencia intrínseca.



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

64



Este es el primer paso. Después, nos concentraremos en este vacío. Se

trata de una forma de meditación muy difícil que supone un duro reto. Se dice

que un practicante del máximo calibre debe primero cultivar una comprensión

del vacío y luego, basándose en esta comprensión, usar el propio vacío como

objeto de meditación. Sin embargo, resulta útil disponer de la cualidad que

hemos llamado calma duradera para que nos ayude a comprender el vacío a un

nivel más profundo.



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

65

XII

LOS NUEVE ESTADIOS DE LA MEDITACIÓN

DE LA INMANENCIA SERENA



Sea cual sea el objeto de nuestra motivación, la naturaleza de la mente o

la imagen del Buda, el desarrollo de la inmanencia serena transcurre en nueve

estadios.



Primer Estadio



Implica posar la mente sobre el objeto y se le conoce con el nombre de

colocación. En este nivel cuesta mantener la concentración durante más de un

breve momento y sentimos que las distracciones mentales aumentan. A

menudo nos apartamos del objeto, llegando a olvidarlo por completo. Pasamos

más tiempo entregados a otros pensamientos y hay que realizar un intenso

esfuerzo para devolver la mente a su lugar.



Segundo Estadio



Se alcanza el segundo estadio cuando ya se ha conseguido mantener la

concentración durante unos minutos. A este estadio se le conoce como

colocación continua. Los períodos de distracción siguen siendo mayores que

los de concentración, pero experimentamos momentos fugaces de quietud

mental concentrada.



Tercer Estadio



Finalmente conseguimos detener la dispersión y devolver la mente a su

objeto. Nos hallamos en el tercer estadio: la recolocación.



Cuarto Estadio



Hacia el cuarto estadio llamado colocación cercana, ya hemos

desarrollado la conciencia hasta el extremo de no perder la concentración en el



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

66



objeto elegido. Sin embargo, seguimos mostrándonos vulnerables a períodos

de intensa lasitud y excitación. El principal antídoto es ser conscientes de estar

experimentándolos. Aunque somos capaces de aplicar antídotos a las

manifestaciones más obvias de lasitud y excitación, continúa existiendo el

riesgo de que aparezcan formas más sutiles de lasitud.



Quinto Estadio



El quinto estadio es el de la disciplina. En él se usa la introspección con

el fin de identificar la lasitud sutil y aplicar su antídoto. De nuevo, es la propia

conciencia de su existencia lo que supone el antídoto contra la lasitud.



Sexto Estadio



En el sexto estadio, el de la pacificación, la lasitud sutil ya ha

desaparecido. Por tanto, el énfasis se pone en aplicar el antídoto a la excitación

sutil. La introspección debe ser más poderosa, ya que el obstáculo es aún más

complejo.



Séptimo Estadio



Cuando, gracias a un esfuerzo continuo y constante, hemos llegado a

eliminar esas formas sutiles de la lasitud y la excitación, la mente ya no tiene

que permanecer siempre en estado de alerta. El séptimo estadio, pacificación

absoluta, ha sido alcanzado.



Octavo Estadio



Cuando, con cierto esfuerzo inicial, ya podemos posar la mente en su

objeto y somos capaces de mantenernos concentrados sin experimentar la

menor lasitud o excitación, hemos llegado al octavo estadio. Lo llamamos

único punto.



Noveno Estadio



El noveno estadio, la colocación equilibrada, se alcanza cuando la

mente se mantiene fija en el objeto sin el menor esfuerzo durante tanto tiempo



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

67



como deseamos. La verdadera inmanencia serena se alcanza una vez superado

el noveno estadio, gracias a una meditación continua en un objeto único hasta

experimentar la bendita fusión entre mente y cuerpo.

Resulta de gran importancia mantener un equilibrio en la práctica diaria

entre la aplicación de la concentración en un único objeto y el análisis. Si

enfatizamos la primera, podemos reducir nuestra capacidad analítica. Por otro

lado, si estamos demasiado concentrados en analizar, podemos frenar la

capacidad de cultivar la estabilidad, el hecho de permanecer concentrados

durante un prolongado período de tiempo. Debemos esforzarnos por hallar un

equilibrio entre la aplicación de la inmanencia serena y el análisis.



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

68

XIII

LA SABIDURÍA



Ahora que ya hemos disciplinado nuestra mente de forma que podamos

permanecer perfectamente concentrados en un objeto de meditación, podemos

usar esta habilidad para penetrar en la sabiduría, particularmente en el vacío.

Aunque ya he mencionado el concepto de vacío a lo largo de este libro, me

gustaría profundizar un poco más en él.



El Yo



Todos tenemos un sentido claro de lo que es el «yo». Sabemos a quién

nos referimos cuando pensamos: «Voy a trabajar», «vuelvo a casa» o «tengo

hambre». Incluso los animales poseen la noción de identidad, aunque no

puedan expresarla con palabras de la misma forma que nosotros. Cuando

tratamos de identificar y comprender qué es este «yo», el tema se complica.

En la antigua India, muchos filósofos hindúes especulaban con la idea

de que este yo fuera independiente de la mente y el cuerpo de la persona. Para

ellos tenía que existir un ente que pudiera proporcionar continuidad a los

distintos estadios del yo: entre el yo joven, el yo adulto, o incluso el yo de una

vida pasada y el de una vida futura. Puesto que en todo caso el yo era

transitorio y caduco, se creía que debía de haber un yo unitario y permanente

que subyaciera en todos los estadios de la vida. Este razonamiento supuso la

base para propugnar la existencia de un yo diferenciado de la mente y el

cuerpo al que llamaron atman.

En realidad, ese concepto del «yo» es común a todos. Si nos detenemos

a reflexionar sobre la sensación del «yo», notaremos que lo situamos en el

núcleo de nuestro ser. No lo experimentamos como un ente compuesto de

brazos, piernas, cabeza y torso, sino como algo superior a todas estas partes.

Por ejemplo, yo no pienso en mi brazo como en yo, pienso en él simplemente

como mi brazo; y lo mismo sucede con la mente, es algo que pertenece a este

yo. Llegamos a reconocer que creemos en un «yo» autosuficiente e

independiente en el núcleo de nuestro ser, propietario de las partes que nos

componen.



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

69



¿Qué tiene de malo esta creencia?. ¿Cómo puede negarse ese yo

inmutable, eterno y unitario que es independiente de la mente y el cuerpo?.

Los filósofos budistas sostienen que un yo puede ser entendido únicamente en

relación directa con el conjunto mente-cuerpo. Afirman que si existiera un

atman o «yo», este tendría que estar separado de las partes perecederas que lo

constituyen, la mente y el cuerpo, o bien tendría que formar un todo junto con

ellas. Sin embargo, si estuviera separado de la mente y del cuerpo, no tendría

la menor relevancia ya que no mantendría con ellos ninguna relación. Por otro

lado, sugerir la idea de que un yo permanente e indivisible pudiera constituir

un todo con las partes caducas que forman la mente y el cuerpo es ridículo.

¿Por qué?. Porque el yo es único e indivisible, mientras que las partes son

numerosas. ¿Cómo puede tener partes una entidad que no puede ser dividida?.

Así pues, ¿Cuál es la naturaleza de este yo con el que estamos tan

familiarizados?. Algunos filósofos budistas señalan el conjunto de las partes

de mente y cuerpo, considerando que su suma conforma el yo. Otros sostienen

que es el continuo fluir de la conciencia mental. Existe también la creencia de

que una facultad mental independiente, una «base mental de todo», es el yo.

Todas esas nociones no son más que intentos de reconciliar nuestra creencia

innata en un yo central con la insostenible solidez y permanencia que le

atribuimos.



El Yo y las Aflicciones



Si nos detenemos a examinar nuestras emociones, vemos que la raíz de

todo apego u hostilidad se halla en aferrarnos al concepto del yo: un yo

independiente y autosuficiente, con una realidad sólida. Cuanto más se

intensifica la creencia en este tipo de yo, mayor es el deseo de satisfacerlo y

protegerlo.

Por ejemplo, imaginemos que vemos en un escaparate un bonito reloj de

pulsera y entramos a preguntar por él. Si el vendedor deja caer el reloj,

pensaremos: «¡Vaya! El reloj se ha caído». El hecho no nos afectará

demasiado. Sin embargo, si hubiéramos comprado ya el reloj, es decir, si este

ya fuera «mi reloj», y se nos cayera sin querer, el impacto sería mucho mayor.

Nos sentiríamos como si el corazón fuera a salírsenos del pecho. ¿De dónde

procede este poderoso sentimiento?. La posesión surge directamente de la

noción del yo. Cuanto más fuerte es la sensación del «yo», más fuerte es la

sensación de que algo es «mío». Por eso es tan importante que nos esforcemos

en extirpar esa creencia en un yo independiente y autosuficiente. Una vez



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

70



somos capaces de cuestionar y disolver la existencia de ese concepto del yo,

las emociones derivadas de él también disminuyen.



La Carencia de Yo de Todos los Fenómenos



No son solo los seres sintientes los que carecen de un yo central. Lo

mismo sucede con todos los fenómenos. Si analizamos o diseccionamos una

flor, buscando la flor entre sus partes, no vamos a encontrar nada. Esto sugiere

que la flor no posee una realidad intrínseca. Lo mismo puede aplicarse a un

coche, una mesa o una silla. Incluso pueden aislarse los componentes de los

olores y los sabores hasta que la esencia propiamente dicha se pierde.

Y, sin embargo, no podemos negar la existencia de las flores y de su

dulce perfume. ¿Cómo se explica esto?. Algunos filósofos budistas han

explicado que la flor que percibimos es un aspecto exterior de nuestra

percepción de ella que solo existe en quien la percibe. Prosiguiendo con esta

interpretación, si tuviéramos una flor sobre la mesa, entre nosotros, la que yo

veo sería la misma entidad que mi percepción de ella, pero la que usted ve

sería un aspecto de su percepción de ella. El perfume de la flor que usted huele

formaría un todo con su sentido del olfato al experimentar esta fragancia. La

flor que yo percibo sería diferente de la que percibe usted. Aunque esta visión

«puramente mental», como se ha dado en llamar, disminuye enormemente

nuestra sensación de verdad objetiva, atribuye una gran importancia a la

conciencia. De hecho, ni siquiera la mente es real en sí misma. Constituida por

diferentes experiencias, estimulada por fenómenos diversos, resulta en última

instancia tan imposible de encontrar como todo lo demás.



El Vacío y el Origen Dependiente



¿Qué es, por tanto, el vacío?. Es simplemente esa imposibilidad de

encontrar: cuando buscamos una flor entre sus partes, nos vemos obligados a

enfrentarnos a la ausencia de dicha flor, que no es otra cosa que el vacío de la

flor. ¿Debemos colegir que no existe tal flor?. Claro que no. Buscar el núcleo

de cualquier fenómeno es, en última instancia, llegar a una apreciación más

sutil de su vacío, de su incapacidad de ser hallado. Sin embargo, el vacío de la

flor no es solo la nada que encontramos cuando inspeccionamos las partes que

la componen: es la naturaleza dependiente de la flor, o de cualquier otro objeto

que pongamos en su lugar, lo que define ese vacío. Eso es lo que se llama

origen dependiente.



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

71



Los filósofos budistas han abordado la cuestión del origen dependiente

de distintas formas. Algunos lo definen en relación con las leyes de causaefecto:

si una flor es fruto de causas y condiciones, su existencia depende de

ellas. Otros interpretan la dependencia de manera más sutil. Para ellos un

fenómeno es dependiente cuando depende de sus partes de la misma forma

que nuestra flor depende de sus pétalos, su estambre y su pistilo.

Todavía hay una interpretación más sutil del origen dependiente. En el

contexto de una simple flor, las partes que mencionábamos antes y nuestro

pensamiento al reconocer y dar nombre a la flor son interdependientes. Lo uno

no puede existir sin lo otro. Son también mutuamente excluyentes, fenómenos

separados. Por lo tanto, si analizamos o buscamos la flor entre sus partes no la

encontraremos, pero la percepción de su existencia solo ocurre en relación con

las partes que le dan forma. Desde esta perspectiva, del origen dependiente se

pasa al rechazo de toda idea de existencia intrínseca o inherente.



Meditar Sobre el Vacío



Comprender el vacío no es nada fácil. En el Tíbet, las universidades

monásticas han dedicado años a su estudio. Los monjes memorizan

importantes sutra y comentarios escritos por célebres maestros hindúes y

tibetanos. Estudian con eruditos e invierten muchas horas en discutir sobre

ello. Para desarrollar nuestra comprensión del vacío debemos estudiarlo y

meditar sobre él. Es importante contar con la guía de un maestro cualificado,

uno que comprenda sin dudas la compleja naturaleza del tema en cuestión.

Como sucede con otros aspectos de este libro, la sabiduría debe

cultivarse con la meditación analítica además de la meditación contemplativa.

Sin embargo, en este caso, con el fin de profundizar en la conciencia del vacío,

no debemos alternar las dos técnicas sino unirlas. La mente debe concentrarse

en el análisis del vacío gracias a la inmanencia serena, esa habilidad que

acabamos de adquirir. A eso se le llama la unión de la inmanencia serena con

la penetración especial. Meditando así de forma constante, nuestra capacidad

de penetración evoluciona hacia la constatación real del vacío. Llegados a este

punto, hemos alcanzado ya el camino de la preparación.

Se trata de una aprehensión conceptual, ya que llegamos a ella a través

de la inferencia lógica. Sin embargo, supone un paso previo a la profunda

experiencia de percibir el vacío de forma no conceptual.

Cuando un meditador cultiva su aprehensión inferencia del vacío y

profundiza en ella consigue llegar al camino de la visión. Es entonces cuando



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

72



el sujeto ve el vacío de forma directa, con tanta claridad como distingue las

líneas que cruzan la palma de su mano.

Si se mantiene la meditación constante sobre el vacío, se progresa hasta

el camino de la meditación. No existen nuevos aspectos del vacío que deban

ser cultivados: el sujeto se limita a desarrollar y mejorar constantemente las

experiencias del vacío que ya ha alcanzado.



Los Niveles del Bodhisattva



Un practicante del Mahayana comienza su evolución a través de los

estadios que conducen a la condición del buda en el punto en que genera

bodhicitta. Como practicantes, debemos desarrollar todas las cualidades que

hemos explorado a lo largo de este libro. Una vez reconocidas las obras del

karma, debemos desistir de realizar acciones que nos dañen a nosotros o a

otros. Debemos reconocer que la vida es sufrimiento y poseer el profundo

deseo de trascenderlo. Sin embargo, también debemos tener la ambición

compasiva de liberar todo el sufrimiento experimentado por otros, por todos

aquellos atrapados en el lodo del ciclo de la vida. Debemos llegar a sentir esa

bondad cariñosa que consiste en el deseo de proveer a todos de la felicidad

suprema. Debemos sentir la responsabilidad de alcanzar esa iluminación

suprema.

En este punto, se ha llegado ya al camino de la acumulación. A la

motivación de la bodhicitta se le unen la calma duradera y la penetración

especial, experimentando a partir de ahí la inferencia del vacío que hemos

descrito más arriba. Estamos en el camino de la preparación. Durante el

camino de la acumulación y el camino de la preparación, un bodhisattva

atraviesa el primero de los tres incalculables eones de la práctica, acumulando

ingentes cantidades de méritos y profundizando la sabiduría propia.

Cuando el practicante ya percibe el vacío de forma no inferencial,

hallándose, pues, en el camino de la visión, podemos decir que ha alcanzado el

primero de los diez niveles del bodhisattva que conducen a la condición del

buda. Gracias a la continua meditación sobre el vacío, se llega hasta el

segundo nivel del bodhisattva y simultáneamente se sitúa en el camino de la

meditación. A medida que el practicante progresa a través de los primeros

siete niveles del bodhisattva, se dedica a un segundo eón incalculable de

acumulación de mérito y sabiduría.

Sobre los tres niveles restantes, el practicante concluye el tercer eón y

llega al camino del fin del aprendizaje. Ya es un buda plenamente iluminado.



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

73



Los muchos eones de práctica que nos faltan no deberían desanimarnos.

Debemos perseverar, avanzar paso a paso, cultivando cada uno de los aspectos

de la práctica. Debemos ayudar a otros en el grado en que podamos y reprimir

el deseo de hacerles daño. A medida que disminuye el egoísmo que motiva

nuestros actos y crece nuestro altruismo nos volvemos más felices, al igual

que aquellos que nos rodean. Es así como acumulamos el mérito virtuoso que

necesitamos para alcanzar la condición del buda.



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

74

XIV

LA CONDICIÓN DEL BUDA



Para buscar genuino refugio en las tres joyas, con el profundo deseo de

alcanzar la iluminación más elevada en beneficio de todos los seres sintientes,

es necesario que comprendamos la naturaleza de esa iluminación. Debemos,

por supuesto, reconocer que la naturaleza esencial de la vida mundana es estar

llena de sufrimiento. Conocemos la futilidad de empeñarnos en proseguir en

esa existencia cíclica, por tentador que esto pueda parecer. Nos preocupamos

por el sufrimiento que los otros experimentan constantemente y deseamos

ayudarles a superarlo. Cuando nuestra práctica está motivada por esta

aspiración, conduciéndonos hacia la iluminación última de la condición del

buda, nos encontramos en el camino del Mahayana.

El término «Mahayana» ha sido asociado a menudo a las formas de

budismo que emigraron al Tíbet, China y Japón. Este término se aplica a veces

también a diferentes escuelas filosóficas budistas. Sin embargo, uso aquí el

concepto de «Mahayana» en el sentido de las aspiraciones internas de un

practicante individual. La motivación más elevada que podemos albergar es la

de proporcionar felicidad a todos los seres sintientes, y el mayor esfuerzo en

que nos podemos embarcar es ayudarles a alcanzarla.

Los practicantes del Mahayana viven dedicados a alcanzar la condición

del buda. Se esfuerzan por eliminar los modelos de pensamientos ignorantes,

dañinos y egoístas que les mantienen alejados de esa iluminación completa,

ese estado omnisciente que les permite beneficiar a los otros. Los practicantes

se dedican a refinar las cualidades virtuosas, como la generosidad, la ética y la

paciencia, hasta el punto de que darían lo que fuera de sí mismos y se

someterían a cualquier prueba o injusticia con el fin de servir a otros. Más

importante aún, desarrollan su sabiduría: la aprehensión del vacío. Trabajan

para profundizar cada vez más en la aprehensión del vacío. Deben aguzar su

capacidad de penetración e intensificar la sutileza de su mente con el fin de

conseguirlo. No hay duda de que resulta difícil describir el proceso que les

sitúa ya al final del proceso. Basta decir que cuando la aprehensión del vacío

de la existencia inherente se convierte en algo más profundo, todo vestigio de

egoísmo desaparece y uno se acerca a la iluminación. Sin embargo, tenemos



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

75



que limitarnos a una aprehensión teórica hasta que comencemos a acercarnos

realmente a ella.

Cuando la mente de un practicante ya se ha librado del último resto de

malentendidos fruto de la ignorancia, estamos ya ante una mente pura, la

mente de un buda. El practicante ha alcanzado la iluminación. Una

iluminación que tiene, no obstante, un buen número de cualidades, a las que la

literatura budista se refiere con el nombre de cuerpos. Algunos de estos

cuerpos toman forma física y otros no. Estos últimos incluyen el cuerpo de la

verdad, el nombre por el que se conoce a la mente purificada. La cualidad

omnisciente de la mente iluminada, su capacidad de percibir constantemente

todos los fenómenos además de su naturaleza vacía de toda existencia

inherente es conocida como el cuerpo de la sabiduría de un buda. Y a la

naturaleza vacía de esta mente omnisciente se le ha dado el nombre del cuerpo

de la naturaleza de un buda. Ninguno de estos cuerpos (considerados como

aspectos del cuerpo de la verdad) tiene forma física; todos han sido alcanzados

a través de la «sabiduría» del camino.

Tenemos también las manifestaciones físicas de ese estado de

iluminación. Entramos aquí en un ámbito que a muchos les resulta difícil de

entender. Estas manifestaciones reciben el nombre de los cuerpos formales del

buda. El cuerpo del gozo del buda es una manifestación con forma física, pero

resulta invisible para casi todos nosotros. El cuerpo del gozo puede ser

percibido únicamente por seres muy elevados, bodhisattva cuya profunda

experiencia de la verdad última está motivada por el intenso deseo de alcanzar

la condición del buda para la salvación de todos.

Desde este cuerpo del gozo emana espontáneamente un número infinito

de cuerpos. A diferencia del cuerpo del gozo, estas manifestaciones son

visibles y resultan accesibles para los seres humanos, seres como nosotros. Es

gracias a los cuerpos de emanación que un buda nos presta su ayuda. En otras

palabras, estas manifestaciones son formas del ser iluminado, que existen

exclusivamente para beneficiarnos. Llegan a existir en el momento en que el

practicante alcanza la iluminación absoluta como resultado de su aspiración

compasiva de ayudar a los otros. Es gracias a estas emanaciones físicas que un

buda enseña a los otros el método gracias al cual ha alcanzado su estado de

libertad del sufrimiento.

¿Cómo nos ayuda el buda a través de estos cuerpos de emanación?.

Principalmente, gracias a la enseñanza. El Buda Shakyamuni, aquel que

alcanzó la iluminación bajo el árbol Bodhi hace dos mil quinientos años, era

un cuerpo de emanación.



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

76



La explicación de los diferentes aspectos referidos al estado iluminado

del buda puede sonar un poco a ciencia ficción, en especial si exploramos las

posibilidades de infinitas emanaciones de infinitos budas que se manifiestan

en infinitos universos para ayudar a un número infinito de seres. Sin embargo,

a menos que nuestra comprensión del buda sea lo bastante compleja para

abrazar estas facetas cósmicas de la luz, el refugio que consigamos en él

carecerá de la fuerza necesaria. La práctica del Mahayana, en la que nos

comprometemos a proporcionar felicidad a todos los seres vivos, es una

empresa enorme. Si nuestra comprensión del buda se limitara a la histórica

figura de Shakyamuni, estaríamos buscando refugio en alguien que murió

hace mucho tiempo y que ya no tiene el poder de ayudarnos. Para que nuestro

refugio sea verdaderamente poderoso, debemos reconocer los distintos

aspectos del estado de un buda.

¿Cómo explicar esta continuación eterna de la existencia de un buda?.

Echemos un vistazo a nuestra propia mente. Es como un río, un continuo fluir

de momentos de conocimiento que se encadenan unos con otros. La corriente

formada por esos momentos de conciencia fluye hora tras hora, día tras día,

año tras año, y, de acuerdo con la filosofía budista, vida tras vida. Aunque el

cuerpo no puede acompañarnos una vez agotada la fuerza que nos da vida, los

momentos de conciencia continúan, a través de la muerte y finalmente hacia la

siguiente vida, cualquiera que sea su forma. Esta corriente de conciencia está

en cada uno de nosotros, y no tiene ni principio ni fin. Nada puede detenerla.

En este sentido se diferencia de emociones como la ira y la pasión, que pueden

ser eliminadas aplicando el antídoto adecuado. Es más, se habla de la pureza

de la naturaleza esencial de la mente; los elementos que la contaminan pueden

ser eliminados, logrando así que esa pureza sea eterna. Esta mente, libre de

toda contaminación, es un cuerpo de la verdad del buda.

Si contemplamos desde esta perspectiva el estado de iluminación

absoluta, crece nuestro aprecio de la magnitud del buda, al igual que nuestra

fe. Al reconocer las cualidades de un buda, se intensifica nuestra aspiración de

alcanzar ese estado. Llegamos a apreciar el valor y la necesidad de ser capaces

de emanar de distintas formas con el fin de ayudar a infinitos seres. Esto nos

da la fuerza y la decisión necesarias para llegar a alcanzar esa pureza mental

que confiere la luz.



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

77

XV

GENERAR LA BODHICITTA



La ceremonia para generar que una mente altruista desee la iluminación

no es en absoluto compleja. Su propósito es reafirmar y estabilizar nuestras

aspiraciones de alcanzar la condición del buda para así salvar a todos los seres

vivos. Esta confirmación resulta esencial para mejorar la práctica de la

compasión.

Comenzamos la ceremonia visualizando la imagen del Buda y, una vez

que esta aparece nítidamente en nuestra mente, intentamos imaginar que el

Buda Shakyamuni está en realidad aquí delante de nosotros. Le imaginamos

rodeado por los grandes maestros hindúes del pasado: entre ellos Nagarjuna,

que estableció la Escuela Intermedia de Filosofía Budista aportando la

interpretación más sutil del vacío, y Asanga, el principal maestro de la rama

que toma en consideración el aspecto del «método» vasto de nuestra práctica.

También imaginamos al Buda rodeado por maestros de las cuatro tradiciones

del budismo tibetano: Sakya, Gelug, Nyingma y Kagu. Pasamos a vernos

rodeados por todos los seres sintientes. El escenario va está dispuesto para

generar que la mente altruista desee la iluminación. Los practicantes de otros

cultos pueden participar en la ceremonia cultivando la calidez de corazón y

una actitud altruista hacia todos los seres sintientes.



Siete Pasos de la Práctica



La ceremonia da comienzo con un ritual en el que se acumula el mérito

y se elimina toda negatividad. Para ello debemos reflexionar sobre los puntos

esenciales de los siete pasos de la práctica.



Primer Paso: Homenaje



El primer paso consiste en rendir un homenaje al Buda, reflexionando

sobre las cualidades iluminadas de su cuerpo, su discurso y su mente. Como

muestra de devoción y de fe en él podemos postrarnos o inclinarnos ante

nuestra visión interna del Buda. Al mostrar nuestro respeto más sincero,



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

78



rendimos también homenaje a las cualidades del Buda que tenemos en el

interior.



Segundo Paso: Ofrenda



El segundo paso toma la forma de una ofrenda. Podemos ofrecer objetos

materiales o simplemente imaginar que estamos regalando preciosos objetos a

la asamblea sagrada que hemos visualizado ante nosotros. El presente más

profundo y significativo que podemos ofrecer es el de nuestra práctica

espiritual constante. Todas las cualidades que hemos acumulado son el

resultado de las acciones virtuosas realizadas: actos de compasión, de cuidado,

incluso una mera sonrisa hacia alguien que sufre... A ellos se unen los

llamados actos positivos del lenguaje: palabras amables, cumplidos y

expresiones de consuelo que hemos dirigido a los otros. También ofrecemos

nuestros actos mentales de virtud. El deseo de actuar de forma altruista, de

cuidar al prójimo, la compasión más profunda y la fe más sincera en la

doctrina del Buda se hallan entre estos presentes. Todos son actos mentales de

virtud. Podemos imaginarlos en forma de objetos hermosos y valiosos que

ofrecemos al Buda y a ese entorno de luz que visualizamos ante nosotros.

Podemos ofrecer mentalmente el universo entero, el cosmos y el ambiente que

nos rodea, con sus selvas, montañas, praderas y campos de flores. Podemos

ofrecerlos, mentalmente, aunque no sean de nuestra propiedad.



Tercer Paso: Confesión



El elemento clave en toda confesión consiste en reconocer las acciones

negativas cometidas, los errores en los que hemos incurrido. Deberíamos

cultivar una profunda sensación de arrepentimiento y luego tomar la firme

resolución de no caer de nuevo en esa conducta no virtuosa en el futuro.



Cuarto Paso: Júbilo



El cuarto paso es la práctica del júbilo. Al concentrarnos en nuestras

acciones virtuosas del pasado, los logros conseguidos nos llenan de alegría.

Deberíamos asegurarnos de no lamentar nunca ninguna acción cometida, sino

derivar de ellas un alegre sentimiento de satisfacción. Aún más importante,

deberíamos regocijarnos en las acciones positivas de otros, sean seres

inferiores o más débiles, superiores o más poderosos, o iguales. Es importante



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

79



que nos aseguremos de que nuestra actitud hacia los otros no se vea

ensombrecida por la competitividad o la envidia: deberíamos sentir la más

pura admiración y una gran alegría por sus cualidades y logros.



Quinto y Sexto Pasos: Petición y Súplica



En los dos pasos siguientes pedimos al Buda que nos enseñe y que gire

la rueda del dharma en beneficio de todos, y luego le suplicamos que nadie

busque el nirvana únicamente para sí mismo.



Séptimo Paso: Dedicación



Séptimo y último paso. Todo el mérito y el potencial positivo que

hemos creado de todas las ramas precedentes de la práctica y de otras acciones

virtuosas se dedican a nuestro objetivo espiritual más elevado: la consecución

del estado del buda.

Habiendo emprendido la práctica preliminar en estos siete pasos, ya

estamos listos para comenzar la generación de la mente altruista que desea la

iluminación. El primer verso de la ceremonia empieza con la presentación de

la motivación adecuada:



Con el deseo de liberar a todos los seres



Los dos siguientes versos identifican los objetos del refugio

el Buda,



el dharma y el sangha

, y además establecen el período de tiempo que debe



dedicarse a la búsqueda de dicho cobijo:



siempre iré en pos del refugio del Buda, el dharma y el sangha



La segunda estrofa expresa la génesis real de esa mente altruista que va

en busca de la iluminación.



Extasiado ante la sabiduría y la compasión,

hoy en presencia del Buda

genero que la mente desee el despertar absoluto para beneficio de

todos los seres sintientes.

Dalai Lama – El Arte de la Compasión

80



Estos versos enfatizan la importancia de unir sabiduría y compasión. La

iluminación no es una compasión carente de sabiduría ni sabiduría que ha

olvidado la compasión. Nos referimos en especial a la aprehensión directa del

vacío. Haber experimentado el vacío, o cuando menos haber llegado a una

comprensión intelectual o conceptual de él, sugiere la posibilidad de poner fin

a una existencia sin iluminación. Cuando dicha sabiduría complementa nuestra

compasión, la cualidad que se desprende es aún más poderosa. La palabra

«extasiado» sugiere una compasión activa y comprometida, no un mero estado

mental. El verso siguiente:



hoy en presencia del Buda



sugiere que hay una aspiración a alcanzar la condición real del buda. También

puede significar que llamamos la atención de todos los budas para que sean

testigos de este acontecimiento, diciendo:



genero que la mente desee el despertar absoluto para beneficio de

todos los seres sintientes.



La estrofa final, escrita por el maestro hindú del siglo VIII Shantideva

en su obra La presentación de la conducta del bodhisattva, dice así:



Hasta que permanezca el espacio,

hasta que permanezcan los seres sintientes, hasta entonces,

permaneceré yo también, y disiparé las miserias del mundo.



Estos versos expresan un sentimiento poderoso. Un bodhisattva debería

verse a sí mismo como una posesión de otros seres sintientes. De la misma

manera que los fenómenos del mundo natural están en él para ser disfrutados y

utilizados por otros, también nuestro ser y existencia debería estar disponible

para los demás. Solo cuando empezamos a pensar en esos términos podemos

desarrollar el poderoso sentimiento de «dedicar todo mi ser al beneficio de los

otros, pues existo solo para su beneficio». Dichos sentimientos se expresan en

acciones que beneficien a otros seres sintientes, y en el proceso en que

satisfacemos nuestras propias necesidades. Por el contrario, si vivimos toda

nuestra vida bajo el yugo del egoísmo jamás lograremos alcanzar esas

aspiraciones centradas en nosotros, y mucho menos el bienestar ajeno.



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

81



Si el Buda Shakyamuni, el Buda histórico a quien reverenciamos,

hubiera seguido centrado en sí mismo como lo estamos nosotros, ahora le

estaríamos tratando como a uno más, diciéndole: «Cállate. No molestes». Pero

este no es el caso. Shakyamuni eligió abandonar su egoísmo y darse a los

demás, y es por ello que le consideramos digno de respeto.

El Buda Shakyamuni, los ilustres maestros hindúes Nagarjuna y

Asanga, y los principales maestros tibetanos del pasado lograron su estado de

iluminación como fruto de un cambio radical de actitud hacia sí mismos y

hacia los otros. Buscaron refugio. Se dedicaron al bienestar de los demás seres

sintientes. Llegaron a ver la autocomplacencia propia y el apego a uno mismo

como dos enemigos, fuente de toda acción no virtuosa, y lucharon contra ellos

hasta eliminarlos. Ahora, estos grandes seres se han convertido en objetos de

nuestra admiración y modelos a emular. Debemos seguir su ejemplo y trabajar

en la extirpación del egoísmo y el apego al yo.

Así pues, teniendo en mente estos pensamientos y reflexionando sobre

ellos, leamos tres veces los siguientes versos:



Con el deseo de liberar a todos los seres siempre iré en pos del refugio

del Buda, el dharma y el sangha

hasta alcanzar la iluminación completa.

Extasiado ante la sabiduría y la compasión,

hoy en presencia del Buda

genero que la mente desee el despertar absoluto para beneficio de

todos los seres sintientes.

Hasta que permanezca el espacio,

hasta que permanezcan los seres sintientes,

hasta entonces, permaneceré yo también,

y disiparé las miserias del mundo.



Eso constituye la ceremonia que da lugar a que la mente altruista desee

la iluminación. Deberíamos tratar de reflexionar sobre el significado de estos

versos diariamente, o siempre que encontremos el momento. Yo lo hago y

debo reconocer que es de vital importancia en mi práctica espiritual.



Gracias.

Dalai Lama – El Arte de la Compasión

82

EPÍLOGO



En agosto de 1991, el Centro Tíbet y la Fundación Gere tuvieron el

inmenso honor de ser los anfitriones de Su Santidad el Dalai Lama durante las

dos semanas de enseñanzas que este ofreció en la ciudad de Nueva York.

Dichas conferencias tuvieron lugar en el Madison Square Garden y

culminaron en la iniciación Kalachakra, uno de los rituales más importantes

del budismo tibetano.

Kalachakra significa «rueda del tiempo». Las ruedas del tiempo

siguieron girando, y, aprovechando la visita a India que realizamos en la

primavera de 1997, invitamos a Su Santidad a volver a Nueva York con el fin

de conmemorar la iniciación realizada hacía seis años. Su Santidad aceptó de

inmediato y se fijó una fecha para el viaje, aunque no se especificó ningún

tema concreto como núcleo de sus enseñanzas.

Nos encontramos con Su Santidad un año después. En ese momento se

había suscitado una gran polémica acerca del tema sobre el que versarían sus

charlas. Inicialmente le pedimos que nos hablara del vacío, el tema más

profundo y desconcertante de toda la filosofía budista. Sin embargo, tras

meditarlo mejor, creímos que un tema más general sería más beneficioso para

todos: uno que proporcionara una visión completa del camino budista pero

que a la vez resultara accesible para aquellas personas que profesan otros

cultos. Convencido de que el auditorio se beneficiaría de sus enseñanzas sobre

el estilo de vida de un bodhisattva, Su Santidad optó por combinar la obra de

Kamalashila, Las etapas de la meditación, y la de Togmay Sangpo, Las treinta

y siete prácticas de los bodhisattva.

Los tres días de enseñanzas tuvieron lugar en el teatro Beacon, situado

en el Upper West Side de Manhattan, ante tres mil personas. Debido al respeto

que sentía por la doctrina que estaba impartiendo, Su Santidad nos ofreció sus

enseñanzas desde un trono. Fueron muchas las personas que se postraron ante

él como dicta la tradición y realizaron ofrendas simbólicas como parte de la

petición formal de instrucción. Transcurridos estos tres días, Su Santidad dio

una charla de carácter más informal en el Central Park. La organización de

este acto resultó ser una empresa agotadora que requirió la colaboración de la

policía de la ciudad, la policía estatal y agentes federales. Cientos de



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

83



voluntarios brindaron su ayuda desinteresada con el fin de que pudiera

llevarse a cabo.

Finalmente, llegó la mañana del domingo. Presa de la ansiedad,

acompañamos en coche a Su Santidad hasta la entrada al Central Park situada

en el East Meadow, justo en la esquina entre la Quinta Avenida y la calle

Noventa y ocho. Cuando Su Santidad preguntó cuánta gente se esperaba

reunir, le contestamos que estaríamos encantados si lográbamos convocar de

quince a veinte mil personas, pero que en realidad no teníamos ninguna

previsión. A medida que íbamos ascendiendo por la avenida Madison,

observábamos las calles adyacentes para ver si había en ellas rastro de gente.

Al acercarnos a la calle Sesenta y ocho empezamos a ver una multitud de

personas en la acera caminando en dirección al parque.

Llevamos a Su Santidad hasta la tienda situada detrás del escenario y

cuando miramos entre las cortinas quedamos abrumados al comprobar que

todo el East Meadow estaba al borde de su capacidad. Era una visión hermosa

y emocionante a la vez. Después supimos que más de doscientas mil personas

se habían reunido allí pacíficamente. La zona estaba llena de bendiciones. La

lluvia que cayó el día anterior había cesado. Con un poderoso equipo de vídeo

y sonido dispuesto para proyectar sus enseñanzas hacia la inmensa multitud,

Su Santidad subió a un escenario cuyos únicos elementos decorativos eran

unas cuantas flores y una simple silla de madera colocada en el centro.

Su Santidad prefirió hablar en inglés, y con un estilo libre de florituras

inspiró a todos los presentes a comprometerse en el camino de la virtud. Estoy

seguro de que muchos de los presentes aquella mañana han generado

bodhicitta, la aspiración de alcanzar la iluminación absoluta con el fin de

ayudar a los otros. Imaginamos que, al volver a casa, todo el auditorio

compartió la experiencia con su familia v sus amigos, inspirando así un mayor

número de acciones virtuosas. Otros muchos leyeron reportajes sobre el acto o

lo presenciaron por televisión. En consecuencia, podemos decir que esa

mañana el Central Park generó millones de buenos pensamientos en millones

de seres humanos.

De acuerdo con la creencia budista, incontables budas y bodhisattva

fueron testigo de esos pensamientos virtuosos que nacieron de todos los

congregados en el Central Park. Creemos que budas y bodhisattva de todo el

mundo rezaron para que esas buenas acciones no se perdieran y todos los seres

progresaran en su camino espiritual.

Cuando Su Santidad completó sus enseñanzas, rezamos para que, como

fruto de la virtud acumulada por ese acontecimiento, naciera Maitreya, el



Dalai Lama – El Arte de la Compasión

84



Buda futuro, y manifestara el logro de su iluminación, para que la sabiduría

floreciera en el intelecto de todos los presentes y para que fueran satisfechas

todas sus necesidades. Oramos para que Maitreya estuviera tan complacido

que apoyara la mano derecha sobre la cabeza de cada persona y les advirtiera

de la inminencia de su próxima iluminación.

Cuando nos alejamos del Central Park, Su Santidad nos dio las gracias

por haber organizado ese acto y nosotros también expresamos nuestra gratitud

hacia él por su presencia. Ya había compartido con nosotros en el pasado la

soledad que sintió cuando tuvo que huir a India en 1959: refugiado,

prácticamente sin amigos, viendo su hogar ocupado por el ejército chino y a su

gente víctima de un brutal y sistemático genocidio. Ahora, unos cuarenta años

después, y solo gracias a la verdad que desprenden sus palabras y al

compromiso de su buen corazón, tenía buenos amigos en todas partes.

El tema de la charla de Su Santidad, Ocho versos para entrenar la

mente, trata sobre una elevada práctica budista. Tradicionalmente, una charla

de este tipo jamás se habría dado en público ni a un auditorio tan numeroso.

Estábamos encantados de ver a tanta gente deseosa de escuchar, aunque a la

vez nos dábamos cuenta de que el contenido era denso y difícil de

comprender. ¿Cómo podrían muchos de los presentes aplicar esas sabias

palabras?.

No sería justo olvidar aquí el esfuerzo realizado por Rato Geshe

Nicholas Vreeland para editar el libro que recoge los tres días de enseñanzas

de Su Santidad en el teatro Beacon y su charla en el Central Park. Gran parte

del material es complejo, fuera del alcance de la mayoría. Cuando

comentamos estas dificultades inherentes al contenido Su Santidad aconsejó a

Nicholas que «se fiara de su propia intuición» y tuviera cuidado de no

distorsionar la profundidad y la pureza que residen en el mensaje de sus

enseñanzas. Nicholas lo ha logrado con creces, y es a él a quien hay que

atribuir el mérito de este libro.

Pero no podemos acabar estas páginas sin expresar una vez más nuestro

más profundo agradecimiento a Su Santidad el Dalai Lama por sus valiosas

enseñanzas. Ojalá este libro nos ayude a controlar la mente y a abrir el corazón

hacia todos los seres.

Jyongla Rato y Richard Gere.

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